United States or Morocco ? Vote for the TOP Country of the Week !


A fines de octubre de 1478 entraron en Córdoba los reyes D. Fernando y D.ª Isabel, con singular gozo y festivas aclamaciones de los ciudadanos. Con su venida cesó la tirania de D. Alonso de Aguilar, á quien mandaron entregase los alcázares, la Carrahola y demas fortalezas, y todos los propios que tenia usurpados.

12 Y David dijo a Urías: Estáte aquí aún hoy, y mañana te despacharé. Y se quedó Urías en Jerusalén aquel día y el siguiente. 13 Y David lo convidó, y le hizo comer y beber delante de , hasta embriagarlo. Y él salió a la tarde a dormir en su cama con los siervos de su señor; mas no descendió a su casa. 14 Venida la mañana, escribió David a Joab una carta, la cual envió por mano de Urías.

Mas no les cogió de improviso su venida á los de la Ranchería, porque dos días antes, estando todo el pueblo en sus devociones y súplicas, les dieron noticia aquellas diabólicas deidades de que venían el Padre y sus compañeros, diciendo Uracozoriso, con lágrimas en los ojos: Ya me veo obligado á buscar en otras partes otros que me adoren, porque de ésta mi iglesia me echa un grande enemigo mío, que ya se acerca: huíos también vosotros.

9 El infierno abajo se espantó de ti; te despertó muertos que en tu venida saliesen a recibirte, hizo levantar de sus tronos a todos los príncipes de la tierra, a todos los reyes de los gentiles. 10 Todos ellos darán voces, y te dirán: ¿ también enfermaste como nosotros, y como nosotros fuiste?

Pero lo q. hace al caso, venga V. Ex.^a a resuscitar a los suyos: Buelua al cuerpo del bien público, porque biue, como sin alma, sin V. Ex.^a No soy yo solo el q. lo digo, q. personas graues, que biuen lexos de la inuidia, y de aquel barrio del infierno, lo gimen, lo braman, me preguntan de su venida.

28 Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando apareciere, tengamos confianza, y no seamos confundidos de él en su venida. 29 Si sabéis que él es justo, sabed también que cualquiera que hace justicia, es nacido de él. 1 Mirad cuál caridad nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoce a él.

Yendo, pues, caminando nuestro flamante aventurero, iba hablando consigo mesmo y diciendo: ¿Quién duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salidad tan de mañana, desta manera?: «Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajarillos con sus arpadas lenguas habían saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora, que, dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas y balcones del manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso caballero don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo Rocinante, y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel».

¡Ta, ta! replicó Carriazo . A me maten, amigo, si no estáis vos con más deseo de quedaros en Toledo que de seguir nuestra comenzada romería. Así es la verdad respondió Avendaño. En estas pláticas llegaron a la posada, y aún se le pasó en otras semejantes la mitad de la noche. Durmió el que pudo hasta la mañana, la cual venida, se levantaron los dos, entrambos con deseo de ver a Costanza.

La aparición de una mujercilla débil y pálida pareció animar con una ráfaga de penosos recuerdos á toda la familia. Era Pepeta, la mujer de Pimentó. ¡Hasta esta venía!... Hubo en Batiste y su mujer un intento de rebelión; pero su voluntad no tenía fuerzas... ¿Para qué? Bien venida, y si entraba para gozarse en su desgracia, podía reir cuanto quisiera.

La primera que pasa es Irene, la dama brillante de palidez extraña, venida de allá, de los marea lejanos; la segunda es Eulalia, la dulce Eulalia, de cabellos de oro y ojos de violeta, que dirige al Cielo su mirada; la tercera es Leonora, llamada así por los ángeles, joven y radiosa en el Edén distante; la otra es Francés, la amada que calma las penas con su recuerdo; la otra es Ulalume, cuya sombra yerra en la nebulosa región de Weir, cerca del sombrío lago de Auber; la otra Helen, la que fué vista por la primera vez a la luz de perla de la Luna; la otra Annie, la de los ósculos y las caricias y oraciones por el adorado; la otra Annabel Lee, que amó con un amor envidia de los serafines del Cielo; la otra Isabel, la de los amantes coloquios en la claridad lunar; Ligeia, en fin, meditabunda, envuelta en un velo de extraterrestre esplendor... Ellas son, cándido coro de ideales oceánidos, quienes consuelan y enjugan la frente al lírico Prometeo amarrado a la montaña Yankee, cuyo cuervo, más cruel aun que el buitre esquiliano, sentado sobre el busto de Palas, tortura el corazón del desdichado, apuñaleándole con la monótona palabra de la desesperanza.