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He servido algunos años en el ejército francés; conozco lo que es Napoleón para la guerra, y lo que son capaces de hacer sus soldados y sus generales. Cien mil de aquéllos han entrado en España al mando de los jefes más queridos del Emperador. ¿Saben ustedes quién es Lefebvre? Pues es el vencedor de Dantzig. ¿Saben ustedes quién es Pedro Dupont de l'Etang?

¿Pues cómo se entiende, bellaco, que apenas llegados á ella oigamos ya la charla de esos condenados ingleses? ¿Qué peores ni más dañinas sabandijas para un buen caballero francés? ¡Que se larguen pronto, maese, y de lo contrario, tanto peor para ellos y para vos!

Dicen que estoy atrasado; que mi manera de enseñar es anacrónica, ¿has oido? ¿anacrónica? Eso lo dicen los pedantes de hoy en día; y todo porque mascullan el francés. Eso dicen los que aquí aprendieron todo lo que saben, y que ahora no quieren confesar que me lo deben todo. Dicen que ya no sirvo para nada.... ¿Para nada?

Al hablar de la Bolsa dije que ni las piedras están á salvo del genio francés; ahora debo añadir que no está seguro ni el polvo del que ha muerto hace muchos siglos. Atravesamos un pasillo oscuro, muy oscuro, tenebroso. Aquí principia á ser esto Panteon. El Panteon principia en donde el Panteon concluye. Despues entramos en una gruta, en donde se percibe confusamente alguna claridad.

Trahían un caballero Francés llamado Tibal de Sipoys, para que en nombre de Carlos su príncipe tratáse en Grecia nuevas confederaciones, y amistades, y particularmente de los nuestros, de quien esperaba Carlos su remedio, porque tenia pensamiento de venir en persona por los derechos que pretendía al Imperio, á echar de él al Emperador Andronico.

Allí estaba Tòni; tal vez les veía pasar desde la puerta de su vivienda; tal vez reconocía el buque con sorpresa y emoción. Un oficial francés, inmóvil junto á Ulises en el puente, admiró la belleza del día y del mar.

Si Lavalle hubiera hecho la campaña de 1840 en silla inglesa y con el paletó francés, hoy estaríamos a orillas del Plata arreglando la navegación por vapor de los ríos y distribuyendo terrenos a la inmigración europea.

En cuanto a saber, usted no sabe sino francés, y como dice muy bien el señor don Cándido, tiene usted sólo con eso andado ya la mitad del camino.

Aurora Samaniego tenía treinta años y era viuda de un francés, que vino a España representando casas extranjeras de droguería. A poco de casarse, allá por el 65, el francés se fue con su mujer a Burdeos y allí heredó de sus padres un establecimiento de ropa blanca, que mejoró a fuerza de trabajo, poniendo en él las bases de una fortuna.

Alejandro Dumas no crea que pretendo burlarme, siguiendo su costumbre, copio á continuacion el texto en francés antiguo.