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En donde menos se piensa se esconde la reacción fijando su ojo de tigre...» Tiene razón, tiene razón. Está muy bien comparado. «... ojo de tigre... en la libertad, para estrangularla. Los más temibles son los que, llegados a la cima del poder, hacen traición a sus antiguos ideales que les sirvieron de pedestal para escalar las grandezas...»

Correspondiente a esta actitud irracional, fue el saludo que le dirigieron los recién llegados, que no podían ya con los barajones ni con los propios cuerpos: una tempestad de injurias y de motes, y hasta de ladridos de los perros. ¿Por qué no te golvistes a tiempu, animal, más que animal? preguntóle uno.

El Gobierno español, con paternal cuidado y amoroso desvelo, debe evitar cuanto sea posible los crueles sacrificios de vidas y de haciendas á que una guerra desigual nos obligue; pero llegados ya al último límite, nos conviene entender que es consejo y no precepto evangélico aquello de que: si te piden la capa da también la túnica.

La gente variaba diariamente. Ante el doctor Chevirev pasaban artistas, escritores, pintores, comerciantes, aristócratas, empleados públicos, oficiales llegados de provincias. Había en la tertulia cocottes, señoras honorables y, en ocasiones, muchachas puras e inocentes, encantadas de cuanto veían y que se emborrachaban a la primera gota de vino.

Llegados a la puerta de la sala, el juez empezó a palparse, buscando ansiosamente algo en los bolsillos, articulando a media voz monosílabos entrecortados y exclamaciones confusas. De repente exhaló una especie de bramido terrible. Pepa.... ¡Pepaaaá! Se oyó el ¡clac! de los pies descalzos, y el juez interpeló a la fámula: La llave, ¿vamos a ver? ¿Dónde Judas has metido la llave?

Á este pensamiento acudían á todas mis angustias y me sentía poseído por una viva curiosidad. Poco me importaba ya la cantante; lo que yo deseaba era saber quién era su compañero, aquel francés que me conocía y cuya presencia debía, por sola, aclarar la situación. Llegados al palco, Pector me dijo: ¿Nos quedamos? La verdad es, respondí, que me duele un poco la cabeza.

Asistió a grandes comilonas, con detrimento de su estómago, bebió champagne, fumó cigarros y rompió botellas. En aquellas reuniones la dignidad quedaba en el guardarropa. No obstante, los recién llegados de provincias, los extranjeros perdidos en París o los hijos de familia escapados de la tutela paternal, admiraban los nobles modales y la apostura aristocrática de aquel gentilhombre averiado.

El mayoral hizo chasquear la fusta sobre los cuatro caballos del tiro y el carruaje partió camino de París. El día siguiente a las ocho de la mañana estaba ya instalado en el colegio. Entré el último para evitar la oleada de alumnos y no hacerme examinar en el patio con esa mirada no siempre benevolente que son observados los recién llegados.

Así lo verificó el fraile, y los Hermanos de la pobre vida bajaron á Quacos, en donde la caridad pública les dió albergue y limosna. »No se desalentaron los cenobitas, ni eran hombres fáciles de vencer los dos recién llegados de Roma.

Hundía los brazos hasta los codos en los enormes bolsillos de sus mugrientos pantalones, y asomaban entre sus gruesos amoratados labios las húmedas y requemadas hebras de una punta de cigarro, que destilaba, por la barbilla abajo, un regato de negruzca saliva, y, en tanto, fijaba el tal, con expresión estúpida, sus ojuelos verdes en los recién llegados.