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Las buenas madres, que sabían el trabajo de conservar a las criaturas sanas y lindas; las madres indolentes, que conocían el fastidio de ser molestadas, cuando se cruzaban los brazos o se rascaban los codos por las predisposiciones de los chicos, que sólo empiezan a mantenerse firmes en las piernas, se tomaban el mismo interés que hacer conjeturas.

22 Y el capitel de bronce que estaba sobre ella, era de altura de cinco codos, con una red y granadas en el capitel alrededor, todo de bronce; y lo mismo era lo de la segunda columna con sus granadas. 23 Había noventa y seis granadas en cada orden; todas ellas eran cien sobre la red alrededor.

Estos se van, y saliendo el hombre del pueblo primero, le dice al hombre del pueblo segundo que el pan está caro, y que los pobres se están comiendo los codos de hambre, lo cual exaspera al hombre del pueblo tercero, que jura por Neptuno y el hijo de Maya que aquello no ha de quedar así.

Argumentó metódicamente desenvolviendo sus ideas en serie interminable de sutiles demostraciones; estudió, examinó los pros y los contras, se lanzó con pasmosa agilidad al campo del análisis trascendental; en una palabra, rajó por los codos hasta quedar fatigada.

Se le encendían los ojos, y se volvía a sentar, de codos en la mesa, con la cara llena de lágrimas. Así pasó la vida, defendiendo a los indios. Aprendió en España a licenciado, que era algo en aquellos tiempos, y vino con Colón a la isla Española en un barco de aquellos de velas infladas y como cáscara de nuez. Hablaba mucho a bordo, y con muchos latines.

Y remando con los codos, escapó a un pasillo, temblando todavía de haber visto tan de cerca la cara del portugués, aquella nariz movediza como una trompa y aquellos dientes de mastín, tan salientes que el labio alcanzaba apenas a cubrir. En el pasillo le encontró Jacinto, y allí cambiaron ambos sus impresiones de especuladores corridos.

Después de secarse las lágrimas recobró su alegría y comenzó a charlar por los codos.

Te agradezco muchísimo ese sentimiento, Mundo.... Yo también he tenido que luchar bastante tiempo con mi corazón para resolverme a separarme de ti.... ¡Mientes! dijo él de rodillas aún, con los codos apoyados sobre el sofá . Si me hubieses querido no serías tan cruel, ¡tan infame! La dama permaneció un instante silenciosa mirándole por la espalda con ojos irritados.

Su marido, hábil artista aún, carecía completamente de carácter para hacer una fortuna. Por lo cual, mientras el joyero trabajaba doblado sobre sus pinzas, ella, de codos, sostenía sobre su marido una lenta y pesada mirada, para arrancarse luego bruscamente y seguir con la vista tras los vidrios al transeunte de posición que podía haber sido su marido.

Y mi corazón contestaba ¡que no, que no! Jamás me hubiera atrevido a murmurar en sus oídos una frase amorosa; nunca hubiera sido capaz de decirlo: «¡Gabriela... vivo para ustedNo, porque amaba yo a Linilla; para ella soñaba yo dichas y venturas; en ella pensaba yo cuando en el silencio de la noche, de codos en el balcón, meditaba yo en lo porvenir.