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Maltrana siguió explicando el diverso carácter de los otros grupos que se sentaban en la banda de babor. En último término, cerca del fumadero, los comerciantes germánicos dormitaban en sus sillones con un viejo ejemplar del Simplicissimus sobre la cara.

Dejemos al amigo Ojeda que siga su destino.» Y cuando dudaba entre ocupar una mesa libre o irse al fumadero en busca de sus amigos los comerciantes españoles, se vio llamado por el doctor Zurita que, repantingado en un sillón, le mostraba un papel. Che, Maltrana, venga para acá. Pero ¿ha visto qué graciosos son estos gringos?...

Mis compañeros de oficina, los comerciantes y los capitanes de buques con quienes mis deberes oficiales me pusieron en contacto, me tenían sólo por hombre de negocios, y probablemente ignoraban por completo que fuera otra cosa.

La gente variaba diariamente. Ante el doctor Chevirev pasaban artistas, escritores, pintores, comerciantes, aristócratas, empleados públicos, oficiales llegados de provincias. Había en la tertulia cocottes, señoras honorables y, en ocasiones, muchachas puras e inocentes, encantadas de cuanto veían y que se emborrachaban a la primera gota de vino.

Feli lo compró después de largo regateo, entregándolo a Maltrana. Toma. Ya necesitas plumear, pobrecito mío, hasta que lo agotes. Siguieron adelante, y entraron en el corralón de las Nuevas Américas. Allí estaban los comerciantes en grande, los que adquieren el hierro y los adornos de los derribos.

En eso, todas nuestras repúblicas se parecen, pero ninguna ultrapasa la de los buenos yanquis. El prurito de la aristocracia es curioso entre ellos. No hablo del Sur, donde se conserva aún la tradición de la aristocracia de raza; me refiero al Norte, a ese mundo de financistas, industriales y comerciantes.

A la siete de la noche fueron llegando los convidados: primero, las divinidades menores, pequeños empleados, gefes de negociado, comerciantes, etc, con los saludos más ceremoniosos y los aires más graves, al principio, como si fueran recien aprendidos: tanta luz, tanta cortina y tanto cristal imponían algo.

Este continuo ir y venir acabó por interesar á los comerciantes de la calle y á sus dependientas, muchachas de alto y complicado moño que parecen soñar detrás de los escaparates, esperando un millonario que las saque de su injusta obscuridad. «¡El príncipe LubimoffTodos le conocían, y era tal su fama, que inmediatamente cien ojos buscaron cuál podía ser el objeto de sus paseos.

Semejante manera de arbitrar fondos, produjo como consiguiente era, un sinnúmero de abusos, que denunciaron otras tantas fortunas improvisadas y caudales adquiridos á la sombra de un mostrador, en que la mercancía venía gravada con el impuesto de considerables primas, en que los comerciantes eran meros factores, y en que los dueños eran puramente nominales.

D. Baldomero, que deseaba echar aquella noche una partida de mus, el juego clásico y tradicional de los comerciantes de Madrid, esperó a que entrase Pepe Samaniego, que era maestro consumado, para armar la partida. Durante un largo rato no se oía en el salón más que envido a la chica... envido a los pares... órdago.