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El principal, que se estaba disponiendo para hacer el acostumbrado viaje a París, la incitaba a comprar algo, y ella caía en la tentación, unas veces porque se le presentaban verdaderas gangas, otras porque el género le entraba por el ojo derecho, encendiendo todos los fuegos de su pasión trapística, y no podía menos de satisfacer, so pena de padecer mucho, el deseo de adquirirlo. ¡Oh!

Y si Pepe Castro, por motivo de una enfermedad nerviosa que había tenido de niño, cerraba el ojo izquierdo con frecuencia, lo cual sin duda le agraciaba, ¿con qué derecho pasaba el día Ramoncito haciendo guiños a la gente con el suyo?

Donde pongo el ojo... pues bien, como decía, al cómplice lo traspasaba; , prefiero esto; la pistola es del drama moderno, es prosaica; de modo que le mataría con arma blanca.... Pero voy a mi tesis.... Mi tesis era... ¿qué?... ¿usted recuerda? Don Álvaro no recordaba, pero lo de matar al cómplice con arma blanca le había alarmado un poco.

Desde este momento su fisonomía se contrae duramente y toma la expresión siniestra y terrible de los piratas: sus movimientos son torpes y pesados como los de un lobo de mar. Cuando pasan cerca de la costa y ven una niñera más o menos gentil que les contempla absorta y admirada, se suelen guiñar el ojo con cierta malicia ruda, exclamando con voz ronca: «¡Ohé, muchachos, una fragata a barlovento

Después las serranías desaparecen, las selvas forman horizonte, y el ojo del viajero, fatigado y triste, no ve mas que el desierto interminable.

Y eso que la imagen de su esposa, más rubia que un canario y más colorada que una rosa de Alejandría, miraba al cielo con una expresión mística que jamás él la conociera. El Duque hablaba de enviar el retrato al Salón de París. Mientras Ventura leyó la gacetilla, no le quitó ojo, escrutando con anhelo inconcebible los rasgos de su fisonomía. Pero ésta permanecía inalterable.

¡Qué lástima, Isidorito, que usted no hubiese estudiado para médico! ¡No por qué se me figura que habría de tener usted mucho ojo para las enfermedades! El joven se ruborizó de placer. Doña Gertrudis, me honra usted demasiado; no tengo otro mérito que el de fijarme bien en lo que traigo entre manos, lo cual me parece de absoluta necesidad en cualquier carrera a que uno se consagre.

Es fama que era muy rico, y que al entrar en el convento de los capuchinos donó a la orden sus riquezas. También se sabe que tiene un amigo que quiere mucho, un inglés conocido por la gente de la ciudad, con el sobrenombre de el Ceco, porque tiene un ojo casi perdido. ¡El Ceco! grité. ¿Qué ha descubierto respecto de éste?

Vamos, no te guasees, que tengo hoy muy mala sangre dijo la Amparo, escamada y presta otra vez a enfurecerse. No es broma, y la prueba de ello es que voy a pagártela en el acto. Pero mucho ojo con que vuelva por aquí Manolito Dávalos, porque no vuelves a ver el color de mis billetes.

Tal cual era Josefina, muchas señoritas la imitaban, porque, según se decía, «sacaba las novedades»; y aunque tachándola de exagerada y rara, a veces, con el rabillo del ojo observaban las innovaciones de indumentaria que lucía, para reproducirlas al punto.