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El caballero, sin esperar a que le quitasen las espuelas, llamó al huésped, y retirándose con él aparte en una sala, le dijo: Yo, señor huésped, vengo a quitaros una prenda mía que ha algunos años que tenéis en vuestro poder; para quitárosla os traigo mil escudos de oro, y estos trozos de cadena, y este pergamino. Y diciendo esto, sacó los seis de la señal de la cadena que él tenía.

¿Sabes por qué he tardado tanto?... Pues por el dichoso niño, que me ha seguido hoy también. Al decir esto, se puso repentinamente seria; una arruga bien pronunciada cruzó su linda frente. ¡Es insufrible! añadió . Ya no qué hacer. A todas horas, salga por la mañana o por la tarde, traigo aquel fantasma detrás de . He tenido que refugiarme en casa de Mariana.

-Y yo, señoras, quiero más una mujer limpia en cueros que una judía poderosa, que por bondad de Dios, mi mayorazgo vale al pie de cuatro mil ducados de renta, y si salgo con un pleito que traigo en buenos puntos, no habré menester nada. Saltó tan presto la tía: ¡Ay, señor, y cómo le quiero bien!

28 He aquí que yo te recogeré con tus padres, y serás recogido en tus sepulcros en paz; y tus ojos no verán todo el mal que yo traigo sobre este lugar, y sobre los moradores de él. Y ellos recitaron al rey la respuesta. 29 Entonces el rey envió y juntó todos los ancianos de Judá y de Jerusalén.

Antes bien, me inclino a maravillarme más por lo mismo que son menos reflexivos y artificiosos, y más inspirados y espontáneos, de los himnos de Rig Weda que de las odas de Víctor Hugo, y del Prometeo de Esquilo que de Hernani o de Lucrecia Borgia. Traigo a cuento todo lo que va dicho, con ocasión de las Academias del Sr. D. Carlos Reyles, notable escritor uruguayo.

Por el contrario, quiero que hagáis el proceso de manera que no pueda, ni aun por barruntos, sospecharse quién es el homicida. Lo haré, señor. Pues id al momento, no con el difunto una ronda. A tal hora y lloviendo, juraría que no hay un alcalde fuera de su lecho, ni más alguaciles de pie que los que yo traigo.

Todo tembloroso, balbuceó azorado: ¡Traigo noticias para su señoría! Noticias de considerable importancia. Mi nombre es Silvestre... Silvestre Juliano y C.ª... Un criado servicial de vuestra excelencia... Llegaron en el correo de Southampton... Nosotros somos Corresponsales de Traigand, y C.ª de Hong-Kong.

»Pues bueno, y para fin y remate del camino que traigo y ya me cansa: creo que si te animaras y me dieras el regalo de tu compañía en esta casona, el vocear de la tierra me sería más llevadero.

El espada detuvo el paso y se rascó los pelos por debajo del sombrero. Es que... murmuró con indecisión es que... me da vergüensa. Vaya, ya está dicho: señor, vergüensa. Ya sabe usté que yo no soy un lila, y que me traigo mis cosas con las mujeres, y que desirle cuatro palabras a una gachí como otro cualquiera. Pero con ésta, no.

El sillero levantó el brazo y bajó la cabeza, manifestando con mímica expresiva que de aquello no había que acordarse. No, no lo traigo a cuento en son de queja. Únicamente quiero significar que a Concha su genio le viene de herencia, y que por lo tanto hay que perdonárselo... De todos modos, es una chica que se hace querer, porque inmediatamente se ve que no hay allí doblez, que no hay engaño...