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Gachí decía el marido , a ver si hoy traes argo pa jamar. Mira que estoy jarto de tanta jambre. Los pequeños se agitaban en torno de ellas, acompañándolas cuesta arriba hasta el puente de Toledo. A ver si podían apandar, como otras veces, los chulés de algún payo. Mare gritaban los pequeños al quedarse junto al puente , que traiga usté callardó, mucho callardó.

Yo he tenío una novia; es desir, yo he tenío muchas, pero ésta era una gachí que no era de nuestra casta; una calé sin familia y con casita propia en Jerez. Una gran proporción, señó, y a más, chalaíta por , según ella desía, por el aquel con que yo la cantaba cositas durses.

El torero, al contemplar la carta con su adoración de hombre del pueblo poco versado en la lectura, no podía evitar cierto sentimiento de molestia, como si se viese despreciado. ¡Esta gachí! murmuró . ¡Esta mujer!... No hay quien la desmonte. ¡Mia que hablarme de usté!... ¡Usté! ¡Y a !... Pero los buenos recuerdos le hicieron sonreír satisfecho.

Toma un par de duros: los hombres de verdad debemos ayudarnos; hoy por ti, mañana por . Y le entregó un par de redondeles de plata con un ademán de compañero de armas. -Oye: lo de tu matrimonio será filfa continuó . Yo lo calé apenas me hablasteis. ¡Valiente tuno estás, sobrino!... Y la muchacha lo vale; una gachí con dos ojos como dos quinqués. Si no fueses de la familia te la quitaba.

Sin duda se cansaba, sentía una aversión repentina hacia él, y próximo el momento de la visita, daba orden a los criados para que no le recibiesen. ¡Vaya, se acabó el carbón! decíase el espada al retirarse . Ya no güervo más. Esta gachí no se divierte conmigo. Y cuando volvía, avergonzábase de haber creído en la posibilidad de no ver más a doña Sol.

¡Esa gachí!... murmuraba Gallardo, descorazonado . Paese que ha vivío siempre con granujas que enseñaban sus cartas a too er mundo, y tié mieo. Cualquiera diría que no me cree cabayero porque soy un mataor. Otras originalidades de la gran señora traían enfurruñado y triste al torero.

El espada detuvo el paso y se rascó los pelos por debajo del sombrero. Es que... murmuró con indecisión es que... me da vergüensa. Vaya, ya está dicho: señor, vergüensa. Ya sabe usté que yo no soy un lila, y que me traigo mis cosas con las mujeres, y que desirle cuatro palabras a una gachí como otro cualquiera. Pero con ésta, no.

El Tato, siguiendo el coro por su parte exterior, condujo a Gabriel al testero, enfrente de la puerta del Perdón. Bajo el medallón grandioso que sirve de respaldo al Monte Tabor, obra de Berruguete, se abre la capillita de la Virgen de la Estrella. Fíjese usted en esa imagen, tío. ¿Hay una igual en todo el mundo? Es una gachí, una chavala que volvería locos a los hombres si parpadease.

¡Que vas a reventarlo, bárbaro! gritaba Montenegro, pegando su pecho a la espalda del jinete. ¡Que pesamos mucho los dos!... Pero Rafael sólo pensaba en la entrevista próxima. En el mismísimo carro de San Elías quisiera yo llevarte, Ferminillo, para que vieses antes a la gachí. Hicieron alto en el ventorro de la carretera, cerca de la viña. ¿Quieres que te espere? dijo el aperador.

Al perderla, creía Gallardo haber retrocedido en su existencia. Ya no era el mismo. Creía estar algunos peldaños más abajo en la consideración social. Hasta atribuía a este abandono los fracasos en su arte. Cuando la tenía a ella, era más valiente. Al irse la gachí rubia, había comenzado la mala suerte para el torero. Si ella volviese, seguramente que renacerían los tiempos de gloria.