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Concluida la lectura, ya había imaginado un plan que no debía sufrir gran variación con la marcha de los sucesos. Para poner en ejecución lo que pensaba, urgía aprovechar el tiempo lo mejor posible.

Don Silvestre cumplió los veinticinco y entró en posesión libre de sus bienes.... Por cierto que, al entregarle su tutor las cuentas, de poco se arma otro pleito sobre no qué raspaduras hechas en los libros. Dueño de algunos cuartejos, hubiera podido satisfacer el antojo de libros que tuvo años atrás; pero, sobre habérsele dormido la afición á ellos, le era imposible dedicarse á la lectura.

En la quietud calma de la hora el poeta relee sus poemas, y con sus ojos, que parecen gemas, los negros signos que escribió devora. De la lectura de sus versos goza besando aquellos que le mienten gozo, y ante los tristes con pesar solloza poniendo el alma toda en un sollozo. Una ténue sonrisa se dibuja en sus pálidos labios sensuales al murmurar sus rimas musicales;

Ferpierre continuaba con redoblada curiosidad la lectura de las memorias, en busca de lo que más urgía. Después de las rápidas alusiones a la catástrofe, el magistrado no encontró más que descripciones de países. La joven viuda llevaba su luto de lugar en lugar, por el Rhin, en Holanda, en Escocia, y sólo en este último país tenían fecha las memorias.

Pero el abad permaneció impasible y severo, mientras el relator continuaba su lectura: "Segundo: Que como el Maestro de novicios castigase aquel desafuero poniendo al culpable á pan y agua por tres días, en honor de Santa Tiburcia, aquel pecador impenitente declaró en presencia del novicio Ambrosio que quisiera ver á una legión de demonios llevándose por los aires al susodicho hermano Maestro.

El que le escribía era un abogado de París, y Ferragut presintió por el papel lujoso y las señas de su domicilio que debía ser un maître célebre. Hasta recordaba haber encontrado alguna vez su nombre en los periódicos. Empezó la lectura de la primera página allí mismo, ansiando saber por qué causa le escribía el grave personaje.

Como don Alvaro Roldan estaba ausente más de la mitad del tiempo, ya cazando conejos, perdices y liebres, ya en distantes monterías, ya en las ferias más concurridas de los cuatro reinos andaluces, doña Inés se quedaba sola, pero tenía para distraerse varios recursos, además de la lectura de libros serios. Su criada favorita, llamada Serafina, era una verdadera joya, lo que se llama un estuche.

Su rostro, ordinariamente un poco amoratado, se oscureció de tal modo que parecía el de un estrangulado. Al fin, sin terminar la lectura, cayó en el sillón presa de un ataque que le privó del sentido. Y por entrambas vías su naturaleza pletórica comenzó al instante a desahogarse de tan formidable manera, que sólo un médico que asistía a la reunión en calidad de socio osó acercarse a él.

La exagerada propensión á lo maravilloso y sobrenatural, la falta de verdad y de profundidad de los afectos, la confusión de la geografía y de la historia, la difusión y palabrería de la exposición, defectos comunes á este linaje de composiciones, que excitaron la bilis de los hombres más instruídos, pasaban desapercibidas para la generalidad de los lectores, que le dispensaron la más favorable acogida hasta principios del siglo XVII. Desde entonces, ya á causa de obras notables poéticas, distintas en todo de las anteriores; ya á consecuencia del estudio que se hizo de los excelentes modelos italianos, que trataban de los mismos asuntos; ya, en fin, á causa de las acerbas burlas de Cervantes, se abandonó casi por completo la lectura favorita de esos libros.

He dado en creer que su lectura será provechosa para la actual generación. Me ocurre preguntar: ¿Será interesante para ella este modesto libro que acaso peca de indiscreto? ¿No será acogido con menosprecio y risas burlonas? Yo quiero que los muchachos que ahora empiezan a vivir, sepan cómo sentían y pensaban los jóvenes de aquel tiempo.