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¡La reina de las Españas te mereces, hermoso!... Ya pué tener los ojiyos bien abiertos la señá Carmen. El mejor día te roba una gachí y no te degüerve... ¿No me darías un billete pa esta tarde, Juaniyo? ¡Con las ganas que tengo de verte matá, resalao!...

Luego había sorprendido varias veces los gemelos de ella fijos con insistencia en su persona, buscándolo en su retiro entre barreras. ¡Aquella gachí!... Tal vez se sentía atraída de nuevo por los mozos de corazón. Gallardo pensaba visitarla al día siguiente, por si había cambiado el viento. Sonó la señal para matar, y el espada, luego de un corto brindis, marchó hacia el toro.

¡Juye, persona farsa, y que Dios te castigue quitándote la gachí de la viña! Que se te la yeve un señorito... que don Luis la disfrute, y lo sepas. ¡Ay! ¡Qué esfuerzo hubo de hacer Rafael para no volver sobre sus pasos y estrangular a la vieja!... Media hora después Zarandilla paró su carro a la puerta.

Una idea absurda danzaba en su embotado pensamiento, manteniéndolo despierto con el cosquilleo de la tentación. «¿Qué haría esta gachí si yo me levantase, y, pasito a pasito, fuese a darle un beso en ese morrillo tan rico?...» Pero sus propósitos no pasaban de un mal pensamiento. Le inspiraba aquella mujer un respeto irresistible.

La gente miraba boba un cartelón que yevaban los cantores representando un güen mozo de calañé y patiyas, vestido de lo más fino, montao en un cabayo magnífico, con el trabuco en el arzón y una gachí de buenas carnes a la grupa. Tardé en enterarme que aquer güen mozo era el retrato der Plumitas... Eso da gusto.

Iba el buen señor destinado a representarnos en una corte, y antes del año ya estaba la reina o la emperatriz de aquella tierra escribiendo a España para que relevasen al embajador con su temible cónyuge, a la cual llamaban los periódicos «la irresistible española». ¡Las testas coronadas que ha trastornado esa gachí!... Las reinas temblaban al verla llegar, como si fuese el cólera morbo.

Pero la vieja se mostró más insolente al verse protegida por el cuerpo de Salvatierra, y asomando por uno de sus hombros la boca de arpía, siguió insultando a Rafael. Premita Dios que se te muera lo que más estimes... Que veas argún día estirá y fría, como mi pobrecita Mari-Crú, a la gachí de tus quereres.

Siguió hablando con sus amigotes, y de pronto dijo al sobrino: La otra noche os vi pasar, muy cargados de paquetes, a ti y a la gachí por la calle de Toledo. ¿Sabes que esa chica ha perdido mucho? Yo no veo bien, pero me parece que se ha puesto fea con ese tripón, moviéndose como una barca, y la cara hinchá como si acabases de largarle dos tortas. Hasta me pareció que tiene los ojos más pequeños.

Y cuando ya andábamos en el papeleo pa casarnos, yo le dije: «Gachí, la casa será para la pobresita de mi mare y mi prima Mari-Crú. Ya que tanto han trabajao, hasiendo vida de perras en las gañanías, que vivan bien y a su gusto una temporadilla.

Gallardo vio una joven alta, esbelta y maciza al mismo tiempo, la cintura recogida entre curvas amplias y firmes, con todo el vigor de la carne primaveral. Su cara, de una palidez de arroz, se coloreó al ver al torero; sus ojazos luminosos ocultáronse entre largas pestañas. Esta gachí me conose se dijo Gallardo con petulancia . De seguro que me ha visto en la plaza.