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El marqués sentíase atraído y dominado por las mujeres de piel aceitunada y ojos de tizón, como si en su pasado existiesen ocultos cruzamientos de raza, que tiraban de sus afectos con misteriosa fuerza. Se arruinaba cubriendo de joyas y vistosos pañolones a gitanas que habían trabajado en los cortijos, escardando los campos y durmiendo en la impúdica, promiscuidad de las gañanías.

Los que dan dos reales a un hombre por el trabajo de todo un día continuó el revolucionario pagan hasta cincuenta mil reales por un caballo de fama. Yo he visto las gañanías y he visto muchas cuadras de Jerez, donde guardan esas bestias que no son de utilidad, y sólo sirven para halagar el orgullo de sus amos.

Y cuando ya andábamos en el papeleo pa casarnos, yo le dije: «Gachí, la casa será para la pobresita de mi mare y mi prima Mari-Crú. Ya que tanto han trabajao, hasiendo vida de perras en las gañanías, que vivan bien y a su gusto una temporadilla.

En fuerza de trabajar como bracero y de rodar por las gañanías errante como un gitano, siempre seguido de su hijo Rafael, que se empleaba en las faenas de zagal, había acabado por ser aperador de un cortijo pobre: asunto, como él decía, de matar el hambre sin tener que doblarse ante el surco, debilitado por una vejez prematura y por los rudos lances de la conquista del pan.

Las muchachas, habituadas a la miseria de las gañanías, abrían los ojos con asombro, como si viesen realizada la abundancia de los cuentos maravillosos oídos en las veladas. La cena era digna de señores. Don Luis pagaba espléndidamente. A ver, señor Fermín: que traigan carne de Jerez; que coman todas esas muchachas hasta que revienten; que beban, que se emborrachen: yo corro con el gasto.