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¡Eh, arriba, cabayero! ¡Señorito, a la plaza! Un poco más tarde llegan por las bocacalles y pasan rápidamente, tirados por hermosos brutos, los carruajes de los ricos y sus parásitos, mostrando la gente adinerada afán de imitar al pueblo en la manera de vestir.

El cabayero que la pretendía ya no viene, y la muy sin vergüenza va mucho mejor vestía. La amargura del desengaño y la impaciencia por adquirir pruebas que lo confirmaran, quitaron el sueño a Paz aquella noche.

Como caminaban en sentido contrario no tardaron en acercarse y pasar uno al lado de otro, repitiéndose la misma torva mirada por parte del militar y la idéntica sonrisa por la del paisano. Miguel cruzó a la acera de enfrente para entrar en casa de la brigadiera; mas antes de efectuarlo oyó una voz cavernosa a su espalda: Cabayero; oiga V. Volviose y se encontró frente a frente del cadete.

¡Otra, señor! respondió a esto con la naturalidad más encantadora . ¿Quiere que tenga por cosa buena el perder de vista a una persona como usté?... ¡Mire que hasta le he comido el pan! Soltó aquí una risotada de las que solía, y me pidió permiso para ir a arreglarse un poco, «porque no estaba su ver para cabayero tan principal», llamando enseguida a su madre para que me acompañara mientras tanto.

Maltrana, conocedor de las costumbres del presidio, imaginábase en qué lugar indeclarable podría guardar el valentón esta arma, que era como el cetro de su amenazadora majestad. Siéntese un poquiyo, don Isidro, y descanse... , dale un asiento ar cabayero... Les estaba proponiendo a estos chicos un negosio; un modo seguro de haserse ricos.

Después, acometido súbito de una idea, la de que aquel paisano «se estaba quedando con él» se puso otra vez fruncido y enfoscado y volvió a sacar la voz de las profundidades de su pecho. Cabayero, yo no consiento que nadie se guasee conmigo. Hace V. perfectamente; aplaudo esa decisión. Es que... yo no creo que V. sea hermano de esa señorita...

Quizá será porque aún no han alcanzado ese grado supremo de la civilización en el que un saludable desprecio de todo es el fundamento de las virtudes públicas y privadas. ¿La calle de San José?... ¿Me hace usted el favor?... uté en eya, cabayero.

Pero el joven de la faja, que no había dejado de mirarme con extraña atención, sin interrumpir su malagueña silbada, extendió la mano solemnemente, diciendo: No, cabayero, no vaya uté... Yo iré a darle el recao... Uté puee quearse con esta chavaliya, sin perjudicá... «Bronca tenemos», pensé; y, como maldito el deseo que sentía de liarme con un chulo, me hice el tonto.

¡Esa gachí!... murmuraba Gallardo, descorazonado . Paese que ha vivío siempre con granujas que enseñaban sus cartas a too er mundo, y tié mieo. Cualquiera diría que no me cree cabayero porque soy un mataor. Otras originalidades de la gran señora traían enfurruñado y triste al torero.

¿Aónde va ese hombre? Y al decir esto se incorporó en el asiento, atrayendo con las rodillas hacia su pecho el ladeado rifle. Iba a un gran campo vecino, donde trabajaban los jornaleros del cortijo. El Plumitas se tranquilizó. Oiga usté, señó Juan. Yo he venío por er gusto de verle y porque que es usté un cabayero, incapaz de enviar soplos... Aemás, usté habrá oído hablar der Plumitas.