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¿Tendría usted... por ahí... un poquito de agua?... dijo don Fermín, que se ahogaba, y que no podía separar la lengua del cielo de la boca. Don Víctor buscó agua y la encontró en un vaso, sobre la mesilla de noche. El agua estaba llena de polvo, sabía mal. Don Fermín no hubiera extrañado que supiera a vinagre. Estaba en el calvario.

Y aquí de rodillas, y allá medio a rastras, subió la roca Meñique, oyendo como se reían a carcajadas Pedro y Pablo. ¿Y qué encontró Meñique allá en la roca? Pues un pico encantado, que picaba solo, y estaba abriendo la roca como si fuese mantequilla. Buenos días, señor pico dijo Meñique: ¿no está cansado de picar tan solito en esa roca vieja?

Declaración hecha á la hora de la muerte, escrita al dictado por Gil de Mesa y firmada de su mano. Otra declaración contenida en escrito inédito, lleva más allá de este mundo las noticias del ex-Secretario. Don Justo Zaragoza, que la encontró en la Biblioteca de S. M. el Rey, Sala 2, Est.

Cuando fue a Niza y no la encontró allí, sintió casi un alivio. Y al verla otra vez en Ouchy, al principio del verano, tembló.

Iba siempre acompañado de Nicolás, y como además no se apartaban de la recogida las dos monjas, no había medio de expresarse con confianza. El primer jueves encontró a Fortunata muy contenta; el segundo, estaba pálida y algo triste. Como apenas se sonreía, faltábale aquel rasgo hechicero de la contracción de los labios, que enloquecía a su amante.

Luego hizo una rebusca entre los objetos amontonados en la barca después del registro realizado por la marinería de la escuadra del Sol Naciente, y encontró una pequeña caja de cigarros que él había tomado en su camarote al ocurrir la voladura del paquebote.

Cuando volvió en se encontró tendido en un banco de madera, a su lado había tres sombras, tres fantasmas, y del vientre de uno de ellos brotaba la luz de un sol que le cegaba con sus llamaradas rojizas. El sol era la linterna del sereno; las dos sombras restantes la Gorgheggi y Mochi que rociaban el rostro de su amigo con agua del pilón de la fuente vecina....

Desde las lueñes playas de la América virgen volvió el de Luzmela los ojos al pajarraco agorero, y le ahuyentó de un manotazo en el aire con enojo violento; en seguida buscó la mirada de la niña y encontró en ella una singular expresión dolorosa, como sólo recordaba haberla visto igual en los ojos de otra criatura: de aquella triste pecadora que murió del dolor de haber pecado.... ¿De dónde había sacado Carmen aquel secreto penar que se le declaraba en los ojos?

Avanzaba el día: el estudiante fué á casa de Ana y la encontró llorando; se asustó de verla llorar; volvió á su casa, quiso entrar en el cuarto donde Clara hacía los preparativos de su viaje, pero se tuvo miedo á si mismo. La vió salir después pálida y con los ojos cansados de llorar.

De vuelta á la quinta encontró á Candido, y se abochornó, y Candido se puso también colorado. Saludóle Cunegunda con voz trémula, y correspondió Candido sin saber lo que se decia.