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Todos se alegran de que el capitán no los haya abandonado por los deleites de la ciudad, como habían hecho otros propietarios de Laviana. D. Félix Cantalicio Ramírez del Valle vestía en aquel momento su gran uniforme de teniente coronel de la Guardia Real. Es hora ya de decir que el capitán de Entralgo no era capitán.

Estaba en una sala baja, fresca y obscura, y cuando yo entré se ocupaba en armar unas flores de altar. ¿Se había entregado a la devoción? Vestía completamente de blanco, y a la exigencia de la moda se unía el rigor de la estación para que aquel ligero traje fuera nada más que lo absolutamente necesario para cubrir su hermoso cuerpo.

Se levantaba a las tres, almorzaba, iba en coche a paseo, se vestía a las ocho para comer, volvía a vestirse a las nueve para ir a la ópera, engalanábase de nuevo para dar una vuelta por algún salón de buen tono, regresaba a su casa a las cuatro, se empapaba en la lectura de novelas francesas hasta las ocho, y dormía hasta la hora de levantarse para repetir las mismas operaciones.

Su estatura no pasaba de mediana, y á pesar de la modestia, poca elegancia, y ninguna presunción con que vestía, era indudable que un mundano topógrafo, llamado á medir las formas de aquella santa, no se hubiera encontrado con tanta falta de datos como en presencia de su ilustre prima la acartonada Marta Salomé. Conocida esta trinidad ilustre, conviene recordar algunos antecedentes históricos.

El verdadero amigo de los pobres era el amo con su jornal; y si encima daba vino, mejor que mejor. Además, ¿qué podía importarle la suerte de los trabajadores a aquel tío que vestía de señor, aunque raído como un pordiosero, y no tenía callos en las manos? Lo que deseaba era vivir a costa de ellos; un falsario como tantos otros. Salvatierra adivinaba estos pensamientos en los ojos hostiles.

A las nueve de la mañana del día siguiente, cuando el capitán se vestía en su camarote para bajar á tierra, Tòni abrió la puerta. Su gesto era fosco y tímido al mismo tiempo, como si fuese á dar una mala noticia. Esa está ahí dijo lacónicamente. Ferragut le miró con expresión interrogante... ¿Quién era «esa»?...

Había hecho voto a la Virgen de los Dolores de llevar hábito; y así vestía siempre de negro, con cinturón de cuero barnizado y un pequeño corazón de oro atravesado por una espada, en la parte superior de la manga.

«Lo primero es que le lavemos». No se va a dejar indicó Jacinta . Este no ha visto nunca el agua. Vamos, arriba. Subiéronle, y que quieras que no, le despojaron de los pingajos que vestía y trajeron un gran barreño de agua.

Era hombre de cincuenta años, de mejillas rasuradas surcadas de arrugas, ojos pequeños y vivos, el pelo gris peinado sobre las sienes, como todos los chulos. Vestía chaquetilla corta, hongo flexible y pantalón ceñido, la camisa con rizados y sin corbata. Alabé su destreza, verdaderamente admirable, y me dijo que era guitarrista de oficio, se llamaba Primo y tocaba ahora en casa de Silverio.

A pesar del frío, vestía una blusa de verano, una guayabera con pliegues, húmeda aún de la lluvia, y en la cabeza llevaba dos sombreros, uno dentro del otro, de distinto color, como sus manos. El de abajo mostraba una blancura gris y flamante en la parte inferior de sus alas; el de arriba era viejo, de un negro rojizo, con los bordes deshilachados.