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¡Qué moza, qué moza! murmuraba el P. Camorra arrebatado. Vamos, Padre, ¡pellízquese el vientre y déjenos en paz! decía mal humorado Ben Zayb. ¡Qué moza, qué moza! repetía; y tiene por novio á mi estudiante, ¡el de los empujones! ¡Fortuna tiene que no sea de mi pueblo! añadió despues volviendo varias veces la cabeza para seguirla con la mirada.

Cayó sobre aquel forraje de la ensalada, e inclinaba la cara sobre ella como el bruto sobre la cavidad del pesebre lleno de yerba. «Le diré a usted, tía murmuraba con el gruñido que la masticación le permitía . Yo no soy de mucho comer, aunque lo parezca». Podías serlo más. Come, hijo, que el comer no es pecado gordo. Le diré a usted, tía...

El filósofo, sobre todo, cargaba de tal modo a su caballo, que el desgraciado animal se doblegaba bajo el peso de las mercancías; no obstante, el filósofo continuaba acumulando fardo sobre fardo, mientras murmuraba: Una vez en el camino de Vejer, será preciso que Dios te preste las alas de un serafín para que me alcances, fraile.

Sus ojos brillantes parecían extraviados por el vértigo. Hay para volverse locos murmuraba el campanero . ¿Qué es pues, el hombre, Gabriel? Nada; como nada es también esta tierra que nos parece tan grande y que hemos poblado de religiones, Imperios y revelaciones de Dios. ¡Ensueños de hormiga!, ¡menos aún!

Sólo a la juventud del día puede ocurrírsele tener pretensiones de figurar en las listas de diputados murmuraba sotto voce don Pancho el tendero, asociándose al grupo de los descontentos.

Tengan miramiento, hombre, tengan miramiento... murmuraba el arcipreste difícilmente, extendiendo las manos como para calmar los ánimos irritados. Barbacana no se opuso a la hazaña; al contrario, pasó a otra estancia y volvió con un haz de junquillos, palos y bastones.

A veces parecía prestar atención á algo que pasaba fuera del cuarto; salía, se paraba en la puerta poniéndose en escucha, volvía á entrar, se sentaba de nuevo, cogía el libro santo, leía un poco, pasaba con la vista hojas enteras, miraba á Clara, murmuraba un rezo, cerraba el in folio, lo volvía á abrir, y así sucesivamente.

Ruborizóse ella otro poco, retiró la mano y la puso suavemente sobre el brazo del caballero al tiempo que murmuraba, mostrándole una de las ventanas. Venga usted, hablaremos con más libertad en el jardín... Y a través de las avenidas asoleadas le condujo hasta el centro del parque.

Sintió deseos de retirarse sin esperar la respuesta del gnomo, pero éste contestaba ya, balbuceando: Príncipe... ¡tal cantidad!... Yo soy un pobre. Hago de vez en cuando un favor á personas distinguidas, dos ó tres mil francos... ¡pero veinte mil!... ¡veinte mil!... Al mismo tiempo que murmuraba la cifra con un acento de ternura, sus ojos astutos penetraron en Lubimoff lo mismo que una sonda.

Cuando alguno salía garante de una virtud, la Marquesa, sin separar los ojos de sus caricaturas, movía la cabeza de un lado a otro y murmuraba entre dientes postizos, como si rumiase negaciones. A veces pronunciaba claramente: A con esas... que soy tambor de marina. No era tambor, pero quería dar a entender que había sido más fiel a las costumbres de la Regencia que a sus muebles.