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Es un buen chico, muy amigo mío; no tiene más defectos que uno: es mestizo chino y se llama á mismo español peninsular. ¡Sst! Mira á Ben Zayb, ese con cara de fraile, que lleva un lapiz en la mano y un rollo de papeles, es el gran escritor Ben Zayb, muy amigo mío; ¡tiene un talento!... Diga usted, y ese hombrecillo con patillas blancas...

A la tarde, Ben Zayb, con los bolsillos llenos de revólvers y cartuchos, fué á visitar á don Custodio, que encontró trabajando de firme en un proyecto contra alhajeros americanos. Murmuró al oido del periodista, en voz quedísima y entre las dos palmas de la mano, palabras misteriosas. ¿De véras? preguntó Ben Zayb llevándose las manos á los bolsillos, mientras palidecía visiblemente.

Hablaba bien el castellano por haber estado muchos años en la América del Sur. No opuso ninguna dificultad á la pretension de nuestros visitadores, dijo que podían examinar todo, todo, antes y despues de la representacion; durante ella les suplicaba se estuviesen tranquilos. Ben Zayb se sonreía y saboreaba el disgusto que preparaba al americano.

Los antiguos refieren que en su tiempo se podía reconocer muy bien al monstruo en los trozos de roca que de él quedaron; por puedo asegurar que todavía distinguí claramente la cabeza y á juzgar por ella el monstruo debió haber sido enorme. ¡Maravillosa, maravillosa leyenda! exclamó Ben Zayb, y se presta para un artículo.

Miren ustedes, ¡aquí está el P. Camorra! dijo Ben Zayb á quien le duraba todavía el efecto del champagne. Y señalaba el retrato de un fraile delgado, con aire meditabundo, sentado junto á una mesa, la cabeza apoyada sobre la palma de la mano y escribiendo al parecer un sermon. Una lámpara había para iluminarle. Lo contrario del parecido hizo reir á muchos.

¡Vaya! dijo; que el secretario ponga un volante al teniente de la Guardia Civil, ¡para que le suelten! ¡No dirán que no somos clementes ni misericordiosos! Y miró á Ben Zayb. El periodista pestañeó. De mala gana y con los ojos casi llorosos iba Plácido Penitente por la Escolta para dirigirse á la Universidad de Santo Tomás.

Don Custodio, el activo don Custodio, el más activo de todos los ponentes del mundo segun Ben Zayb, se ocupaba de ella y pasaba los días leyendo el espediente y se dormía sin haber podido decidir nada: se levantaba al siguiente, hacía lo mismo, volvía á dormirse y así sucesivamente. ¡Cuánto trabajaba el pobre señor, el más activo de todos los ponentes del mundo!

Tantos actos de clemencia le valieron al General el epíteto de clemente y misericordioso, que Ben Zayb se apresuró á añadir á la larga lista de sus adjetivos. El único que no obtuvo la libertad fué el pobre Basilio, acusado ademas de tener en su poder libros prohibidos. No sabemos si se referirían al tratado de Medicina Legal y Toxicología del Dr.

Para D. Custodio el kundiman, el balitaw, el kumingtang eran músicas árabes como el alfabeto de los antiguos filipinos y de ello estaba seguro aunque no conocía ni el árabe ni había visto aquel alfabeto. ¡Arabe y del más puro árabe! decía á Ben Zayb en tono que no admitía réplica; cuando más, chino.

Y sin comprar el más pequeño monigote prosiguieron su camino para ver la famosa esfinge. Ben Zayb se ofrecía á tratar la cuestion; el americano no podría desairar á un periodista que puede vengarse en un artículo desacreditador. Van ustedes á ver como todo es cuestion de espejos, decía, porque miren ustedes...