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Leeds, le dijo en tono familiar: Eh, mister, puesto que no hay más que nosotros y no somos indios que se dejan pescar, ¿permite usted que les haga ver la trampa? Ya sabemos que es cuestion de óptica pura, pero como el P. Camorra no quiere convencerse...

Pero yo nada tengo que ver con eso, murmuró S. E.; que se dirija al Director de Administracion, al Gobernador de la provincia ó al Nuncio... Lo que le diré á usted, dijo el P. Camorra, es que ese maestrillo es un filibusterillo descontento: ¡figúrense ustedes que el hereje propala que lo mismo se pudren los que se entierran con pompa que los que sin ella! ¡Algun día le voy á dar de cachetes!

Y con este saludable recuerdo el pobre Ben Zayb andaba con manos de plomo, no decimos piés, por no imitar al P. Camorra que tenía la avilantez de reprocharle que escribía con ellos.

En eso opino como la señora, dijo su vecina, ¿para qué darles zapatos si han nacido sin ellos? ¿Y para qué camisa? ¿Y para qué pantalones? ¡Figúrese usted lo que ganariamos con un ejército en cueros! concluyó el que defendía á los soldados. En otro grupo la discusion era más acalorada. Ben Zayb hablaba y peroraba, el P. Camorra como siempre le interrumpía á cada instante.

¡Ea, basta de quejas, puñales, porque si no me pondré á llorar! gritó alegremente el P. Camorra. Nosotros no nos quejamos y no tenemos ni haciendas, ni bancos. ¡Y sepan que mis indios empiezan á regatear los derechos y me andan con tarifas!

Pero ni Simoun, ni Ben Zayb, ni el P. Irene, ni el P. Camorra la sabían y pidieron el cuento unos por guasa y otros por verdadera curiosidad. El clérigo, adoptando el mismo tono guason con que algunos se lo pedían, como un aya cuenta un cuento á los niños dijo: Pues érase un estudiante que había dado palabra de casamiento á una joven de su país, y de la que al parecer no se volvió á acordar.

El P. Camorra que tantas veces había descrito en el púlpito de Tianì las torturas y sufrimientos del infierno mientras se reía para sus adentros de las miradas aterradas de las pecadoras, se tapó la nariz; y el P. Salví, el mismo P. Salví que había hecho en el día de difuntos una fantasmagoría de las almas del Purgatorio, con fuegos y figuras iluminadas al transparente, con lámparas de alcohol, trozos de oropel, en el altar mayor de la iglesia de un arrabal para conseguir misas y limosnas, el flaco y silencioso P. Salví contuvo su inspiracion y miró con recelo aquel puñado de cenizas.

Despues de eructar tres ó cuatro veces, porque el señor Juez tiene esta fea costumbre, dijo que la única persona que podía salvar á Basilio era el P. Camorra, en el caso de que lo quisiese y miraba con mucha intencion á la joven. El la aconsejaba tratase de hablar con el cura en persona.

También le hicimos creer que la baba del conejo era venenosa, y consultó cuatro médicos y se cauterizó un brazo. Se le daban las bromas más extraordinarias que usted pueda figurarse. Era poco valiente, como usted sabe, pero pundonoroso. Armábamos una camorra por cualquier tontería. Uno de nosotros se fingía agraviado. Los demás acalorábamos la disputa. No había más remedio que batirse.

Simoun levantó la cabeza y aunque su mirada no se podía leer oculta por sus gafas azules, en el resto de su semblante se podía ver que estaba sorprendido. ¡Bonita réplica! dijo; pero témome que se guasee y me pregunte cuándo se convertirá el agua en vapor y cuándo en océano. ¡El P. Camorra es algo incrédulo y muy zumbon!