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Le pregunté por señas si salía de paseo, y me contestó que : y en efecto, un día aguardé en la calle hasta las cuatro y la vi salir en compañía de una señora, que debía de ser su mamá, y de dos hermanitos. Al fin volvimos á casa en paz. Diez ó doce días se transcurrieron de esta suerte.

Una mañana me acerqué al faro de las Ánimas. Al asomarme a la plataforma vi a uno de los chicos del torrero y le pregunté: ¿Está tu hermana? ¿Quién, Quenoveva? . Aquí está. Bajé, y me encontré a la muchacha, despeinada, con las piernas desnudas, envuelta en una falda hecha jirones. Estaba lavando. Al verme, se levantó avergonzada; yo la tranquilicé y le expliqué a lo que iba.

Poco a poco fui acercándome a la puerta de Jerez, y me encontré, cuando menos lo pensaba, frente al vasto y suntuoso edificio alzado por Felipe III para la confección del rapé. Di bastantes paseos por delante de él. Al cabo, me resolví a franquear la verja, y me acerqué a una de las puertas. ¿El señor administrador? pregunté a un hombre que me pareció portero.

¿Por qué? pregunté bruscamente y con desabrimiento. Porque ama a otro me respondió con calma. ¡A otro! exclamé tan asombrado que por largo rato no me di cuenta de lo que sentía . ¡A otro! No puede ser, señora condesa. ¿Y quién es ese otro? Sepámoslo.

Nos hallábamos entonces al pie de una altísima sierra que se desenvolvía, a diestro y a siniestro, en interminable anfiteatro. ¿Por dónde tomamos ahora pregunté a Chisco , y adónde iremos a salir? la veo contesté. La veo. Pos por ayí hemos de pasar. ¿Por entre los dos cuetos? Por encima de la lomba que va del unu al otru. ¿Por encima de aquella última? Por encima de la mesma.

Lo mismo pregunté á Uceda; pero pidiéndome perdón por no revelarme lo que yo quería saber, me dijo que sólo presentaría las tales pruebas al juez ó á los jueces que hiciesen el proceso. ¿Es decir, que el duque de Uceda supone?... Que no me servís bien.

Venía subiendo la escalera, y me entró tal rabia, que me pregunté a gritos: ¿Pero cómo se llama, cómo se llama?.... Me acordé al entrar en la casa. Hoy estaba haciendo una medicina para un enfermo de los ojos, y en vez del sulfato de atropina puse el de eserina, que es la indicación contraria. Si no lo advierte Ballester... ¡qué atrocidad!, dejo ciego al enfermo... No puedo trabajar.

El secreto del Cardenal Sannini, obtenido por el famoso bandido Poldo Pensi, cuya terrible partida de bandoleros devastó media Italia hace veinticinco años, y que obligó al mismo Papa Pío IX a pagarle tributo, está escrito aquí, como usted lo acaba de descifrar. ¿Y Pensi ha muerto? pregunté. ¡Oh! .

Sentí al entrar al comedor una leve palpitación del corazón, la que desapareció tan pronto como me acordé de mi juramento de la víspera. Me le acerqué, serena, mirándolo de frente, y le extendí la mano. ¿Marta duerme todavía? pregunté.

Pregunté la razon de aquella pacífica aglomeracion de hombres que tenian el aire de campesinos, y me dijeron que acababa de tener lugar un juicio de aguas. La frase me picó mas la curiosidad y seguí preguntando.