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«El mendigo de la pierna se irá al Cielo derechito, con su muleta, y muchos de los ricos que andan por ahí en carretela, irán tan muellemente en ella a pasearse por los infiernos. Yo le pido a Dios que me la más asquerosa de las enfermedades, y... no me quiere hacer caso; siempre tan sana. Paciencia;

Halléme desocupado; y así reconocí por obligacion el salir á su defensa; si esta ha sido bastante no lo puedo asegurar, porque las armas, que son las antiguas memorias y autores, con que me opuse, andan tan confusos y faltos, que apenas me dieron el socorro necesario.

Así iba yo en mi cab al salir del club de Picadilly... sólo que mi cab corría como una exhalación y estos carruajes andan poco y parece que se deshacen sobre los adoquines. ¡Y cómo se me refrescan las memorias...! Parece que estoy mirando a aquella prójima que se me apareció una noche en Haymarket, al salir de aquel Bar... ¡No me ha ocurrido otra...! ¡Y cómo se parecía a esta tonta de Aurora Fenelón!

-Créanme vuesas mercedes -dijo Sancho- que el Sancho y el don Quijote desa historia deben de ser otros que los que andan en aquella que compuso Cide Hamete Benengeli, que somos nosotros: mi amo, valiente, discreto y enamorado; y yo, simple gracioso, y no comedor ni borracho.

Un día habló con tu abuela, y la dijo que te matará si te encuentra al paso... Pero buscarte, no creo que te busque. Se pasa las noches en El Pardo, y algunas veces va de día. Es una rabia de cazar, una locura. Me han dicho que los guardas andan de cabeza.

Desde aquí dijo nadie atajará á vuesa merced, porque sólo las gentes de la casa andan por esta parte; siga vuesa merced adelante hasta el cabo de la crujía, y el olor le guiará. Y después de un respetuoso saludo, dejó solo al sobrino de su tío.

¡Ca! Cualquiera de la partida del Cura que te vea te denuncia. No está ninguno en España. La mayoría andan por Buenos Aires. Algunos los tienes por aquí, por Francia, trabajando. No importa, es una barbaridad lo que quieres, hacer. ¡Hombre! Yo no obligo a nadie a que venga conmigo dijo Martín.

Su acento sincero y apasionado no dejó dudas al payés. ¡Luego es verdad! exclamó . Algo de eso me había dicho la atlota llorando cuando yo le pregunté el motivo de la visita del señor... Yo no la creí al principio. ¡Las muchachas son tan pretenciosas! Se imaginan que todos los hombres andan locos tras ellas... ¿Conque es verdad?...

Ahora veo a mi hija Manolita, que también sale en camisa... ¡Calle, también se ha despertado Paquito!... ¡No te he dicho que todos iban a recibir un susto!... Pero se van a constipar si andan de ese modo más tiempo... No toques más Juan, no toques más. Cesó el estrépito infernal. Vamos, Adela, Manolito, Paquito, abrigaos un poco y venid a dar un abrazo a mi hermano Juan.

¡Ah! es verdad... ahora recuerdo; sólo que no recuerdo para lo que os he llamado... os necesitaba para algo. Quevedo no contestó. ¿Sabéis que tengo frío, don Francisco? dijo el rey. Andan los tiempos muy crudos, señor contestó Quevedo. Efectivamente, han dado en decir de estos tiempos que si son crudos, que si son cocidos. ¿Sabéis si se guisa algo bueno por el alcázar?