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Desde su rincón, donde estaba como un oso aletargado, dirigíale miradas torvas, agresivas. ¿Qué había pasado en casa de Estrada-Rosa cuando el indiano fue a ella en demanda de la mano de la señorita?

¡Noche oscura, ya Diana entre turbios nubarrones hundió la faz plateada; y sola en medio de la avenida funeraria, te deslizas ideal, mística y blanca, te deslizas y te alejas incorpórea cual fantasma; sólo flotan tus miradas, sólo tus ojos perennes, tus ojos de hondas miradas fijos quedan!

Su tía le lanzaba maliciosas miradas como queriendo decirla: "¿Eh? Ahí tienes tu amor, mira lo que es ... ¡Su intensidad no es bastante para hacer olvidar á un hombre su amor propio ofendido!" ... Cuando la hablaba la llamaba con afectación: "Mi pobre hija" con un tono de lástima que molestaba extraordinariamente á Herminia.

Al darse cuenta de que el marino no se conmovía con sus sonrisas y las miradas de sus ojos claros, se plantó ante él, hablándole en catalán. ¿Es usted, y perdone, un capitán de barco al que llaman don Ulises?... Se entabló la conversación. La cocinera, convencida de que era él, siguió hablando con sonriente misterio.

Nuestras miradas se dirigian codiciosamente hácia adelante, buscando á Paris, como el peregrino que llega á Sion al declinar la tarde, busca con los ojos desencajados los torreones de Jerusalen. ¡Cómo nos latia el corazon! ¡Paris! ¡Ya vamos á llegar á Paris! Esta parte poética de los viajeros, es sin disputa una de las emociones más bellas de la vida.

A medida que se acercaban al teck, que crecía en la orilla bañando sus raíces en el río, aumentaban sus inquietudes, y sus miradas se fijaban angustiosas en las plantas y en las yerbas para descubrir el lugar en que habían escondido la chalupa. No llevaban mucho tiempo explorando, cuando Cornelio, que caminaba distante, se detuvo. Tío dijo con voz alterada . Creo que nos han robado la chalupa.

Mira, gabacho decía Madariaga . Todo versos y novelas. ¡Puros embustes!... ¡Aire! El tenía su biblioteca, más importante y gloriosa, y que ocupaba menos lugar. En su escritorio, adornado con carabinas, lazos y monturas chapeadas de plata, un pequeño armario contenía los títulos de propiedad y varios legajos, que el estanciero hojeaba con miradas de orgullo.

Un instante después aparecía en el despacho el rostro espantable del paisano Barragán. Lo primero que hizo antes de saludar fue cerrar cuidadosamente la puerta. Luego, dirigiendo miradas torvas en derredor y entregándose a una serie de muecas a cual más odiosa y espeluznante, avanzó cautelosamente hacia Tristán y le puso una mano sobre el hombro.

Bien: ya me lo dijo usted el otro día, respondió Coletilla dirigiendo miradas recelosas á Clara y á Pascuala. ¿Y no me manda usted nada? Nada más sino que me deje usted en paz. ¿No va usted á la procesión? Está muy lucida. No estoy para procesiones. ¿Le gusta á usted saber lo que pasa en las casas de los realistas? añadió el anciano con el acento amargo y receloso propio de su carácter.

En aquellas miradas imposibles de descifrar estaba retratada su situación. ¿Qué afecto agitaría su alma? ¿La soberbia de un perdón desdeñosamente otorgado? ¿La indiferencia del desprecio? ¿Tal vez la compasión que inspira la desgracia, aun merecida, o acaso el rencor involuntario y hondo que con ningún infortunio se apacigua?