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Aquella no era la velera nave que, largo todo su blanco trapo, aprovechando vela y rechinando los guarda-cabos de su bolina, paseaba su ligera quilla por el azulado manto, bordando de encajes de espuma la plateada estela; aquella no era la coqueta de los mares que se balanceaba á los besos de la aurora en las matinales marejadas, hundiendo en las cristalinas ondas sus ligeros tajamares: aquella no era la orgullosa señora de las saladas regiones.

La plateada serpentina de los rios caudalosos, la inmensidad de los mares han cautivado siempre mi imaginacion y mis sentidos: partamos: quiero bañarme en las aguas de ese rio en que cayó roto y ensangrentado el manto de los califas, quiero surcar ese Océano sin fondo, bajo cuyas olas supusieron los poetas de la antigüedad el lóbrego reino de Pluton, las vastas profundidades del infierno. ¡Córdoba, Sevilla, Cádiz! ¡qué de recuerdos han agrupado alli los siglos! partamos: llevadme á estas ciudades llenas, como decís, de arte, de historia, de poesía.

Otros dicen que una mano invisible le empujó y que la estela plateada del buque se enrojeció un momento. Lo cierto es que se ahogó. Como el brick se encontraba cerca de las islas de Cabo Verde, el oleaje era fuerte y la brisa fresca, el timonel no oyó nada; pero Kernok, que había ido a dar cuenta de la ruta al capitán, debió ser el primero en advertir el accidente, al cual no era quizás ajeno.

A trozos, el paisaje azuleaba con la plateada hoja de los olivos; más allá las viñas lo alegraban con la verde gala del pámpano. La vela triangular de las embarcaciones, las casitas bajas y blancas, la ausencia de tejados puntiagudos y el predominio de la línea horizontal en las construcciones, traían al pensamiento de Santa Cruz ideas de arte y naturaleza helénica.

Por fin el sol se hundió tras el negro palmar del arroyo, y en la calma de la noche plateada, los perros se estacionaron alrededor del rancho, en cuyo piso alto míster Jones recomenzaba su velada de whisky. A media noche oyeron sus pasos, luego la doble caída de las botas en el piso de tablas, y la luz se apagó.

La bestia de combate acorazada de rojo, armada de uñas corvas y tenazas de tortura, guerrero implacable de las verdes cavernas submarinas, jamás se había unido con el pez gracioso, ligero y débil que movía la cola de su túnica rosada y plateada en las aguas transparentes.

Al Norte, el Océano golpea sus muros; al Sud, lagunas impracticables; al Oeste, rocas cortadas a pico; pero al Este... ¡ah! al Este, una bella pradera verde, atravesada por un riachuelo que serpentea y brilla al sol como una larga cinta plateada; y luego, las violetas y las clemátides que perfuman sus bordes, las palmeras de largas flechas y los almendros que dan sombra.

Curioso espectáculo en verdad el que ofrecía Chinto, descolorido, flaco, casi harapiento, cuidando de aquella mujer que no era su madre, que siempre le había tratado con dureza; y mientras él mondaba las patatas para el caldo del día siguiente, o mullía el jergón de la impedida, Amparo regresaba, a la plateada luz de la luna de verano, que prolongaba sobre la carretera de la Olmeda la sombra de los majestuosos árboles, de alguna cita en lugares escondidos, en los solitarios huertos, o en el desierto camino del cerro de Aguasanta.

No obstante, yo admiro a usted dijo Blasillo anonadado. ¡Bebamos, niño! ¿ves? la espuma plateada tiembla y chisporrotea. Bebamos, y arrojemos a la sombra los negros recuerdos del pasado. ¡Por tu amante Juana, por sus ojos negros! Blasillo repitió casi maquinalmente: ¡Por Juana y sus ojos negros! Blasillo, ¿dónde iremos a arrojar el áncora?

Muchas veces el cielo gris permite ver perfectamente a lo lejos; hay una claridad difusa, que parece no venir del cielo entoldado, sino del mar blanquecino y turbio; las olas, de un color de arcilla, llegan con meandros dislocados de espuma a dejar en la playa una curva plateada, y la resaca hace hervir la arena al contacto del mar.