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Lea le miró con tranquilidad. ¿Y después? Nada más. La cantante se levantó y ambos quedaron cara á cara, sin contenerse ya y respirando el odio y la violencia. ¡Por el diablo! ¡Si no escribes, estúpida, te aplasto. Cogió la mano de aquella mujer y la apretó con toda su fuerza. Lea enrojeció de dolor y de cólera y trató de desasirse, pero él la tenía como con una tenaza de acero.

Casi soltó su cántaro Roseta. Enrojeció, como si estas palabras, rasgándole el corazón, hubieran hecho subir toda la sangre á su cara, y después quedóse blanca, con palidez de muerte. ¿Quí es lladre? ¿Quí? preguntó con una voz temblona que hizo reir á todas las de la fuente. ¿Quién es ladrón? ¿Quién? ¿Quién? Su padre.

Su faz se enrojeció fuertemente, sus labios temblaron, tapose la cara con las manos y gritó con un sollozo: ¿Quién ha sido; quién? ¿Quién ha puesto así a mi nieto?... Alguno de esos infames que me persiguen... ¡La cabeza me arde!... ¡Quitadlo, quitadlo de aquí! Que yo no lo vea... ¡No, no! ¡no he sido yo!

Fui hacia ella hasta tocarla y cara á cara le dije: Porque ya me has engañado y me sigues engañando; porque eres una infame que no contenta con robarme tu ternura, me robas también la de mi amante. Enrojeció y con los dientes apretados por el temor y por la cólera, respondió: ¿Quién ha dicho eso? Yo lo . ¡Es falso! ¿Falso?

Mantúvose con la garrocha bajo el brazo, como un picador, y la clavó en el cuello del toro, que avanzaba mugiente con el testuz bajo. Se enrojeció la enorme cerviz con un raudal de sangre, pero la fiera siguió avanzando en su arrollador impulso, sin sentir que se agrandaba la herida, hasta que metió las astas bajo el caballo, sacudiéndolo y separando sus patas del suelo.

Leyó monsieur Jaccotot los epígrafes de «Capítulo primero, Tribulaciones de un marido en Francia», y se enrojeció hasta la calva... En efecto, él había sido un marido desgraciado en Francia. Por eso había tenido que abandonar allí su posición universitaria; por eso, absolutamente incapaz para los negocios, veíase obligado a enseñar aquí en un colegio particular...

Era una muchacha alta y esbelta, de rostro moreno, con facciones menudas y bien trazadas y unos ojillos dulces y alegres. Pues había oído decir que tenía usted una niña muy bonita; pero veo que la fama se ha quedado corta. La chica enrojeció aún más y apenas pudo murmurar las gracias.

Sentí la mirada de don Oscar en la mejilla, como una bofetada que me la enrojeció; pero no volví los ojos hacia él. ¿Viene usted de Málaga? pregunté, por preguntar algo. , señor, vengo de Málaga... Me trae aquí un asuntillo, ¿sabusté?... un asuntillo dijo, dando un chupetón y soltando el consabido chorrito de saliva.

Rafael enrojeció, adivinando que había cometido una simpleza al revelar su nombre sin que nadie se lo preguntara, con la misma prosopopeya que si estuviera en presencia de un rústico del distrito. Se hizo un silencio penoso.

Quiso tranquilizarse pensando: No será más que una medida para que ahora me dejen en paz; él lo hará con gusto cuando yo le explique.... Pero ¿qué le explicaría?... Carmen enrojeció a solas, y sintió en su corazón un acelerado latido. Quedóse pensativa.... Entretanto, Andrés se había avistado ya con su hermano. Llegó el malviviente a la casona un poco menos feroz que otros días.