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Por en el bosque venceré las fieras; Por el furor arrostraré de Marte; Y el rey de las praderas, Cuya bronceada frente Arma ostenta terrible, que figura De nueva luna el disco refulgente, De mi garrocha dura Sentirá en la cerviz la picadura.

Todavía vaciló: crecieron los recios y penetrantes silbidos; entonces se precipitó, con una prontitud que parecía incompatible con su peso y su volumen, hacia el picador. Pero retrocedió al sentir el dolor que le produjo la puya de la garrocha en el morrillo. Era un animal aturdido, de los que se llaman en el lenguaje tauromáquico, boyantes.

Luego, colocándose la garrocha bajo el brazo, la apoyó en un gran poste empotrado en la pared, picando varias veces con gran esfuerzo, como si tuviera al extremo de la lanza un toro corpulento. El pobre jaco temblaba y doblaba las patas con estos encontronazos. No se regüerve mal... dijo Potaje con tono conciliador . El penco es mejó que yo creía.

Allá en Sevilla, con su traje de campo y la garrocha al hombro, estaba usted muy bien. Era un complemento del paisaje. ¡Pero aquí!... Madrid se ha europeizado mucho: es una ciudad como las demás. Ya no hay trajes populares. Los pañolones de Manila apenas se ven fuera de los escenarios. No se ofenda usted, Gallardo; pero, no por qué, me recuerda usted al indio.

Como si adivinase una pregunta en los ojos de doña Sol fijos en él, añadió: No extrañe la señora marquesa que la conosca; la he visto muchas veses con el marqué y otros señores cuando iban a las tientas de beserros. He visto también de lejos cómo la señora acosaba con la garrocha a los bichos. La señora es muy valiente y la más güena moza que se ha visto en esta tierra de Dió.

Corrieron los dos jinetes tras el animal, acosándolo cada uno por su lado, cortándole el paso cuando intentaba desviarse hacia el río, hasta que el marqués, espoleando su jaca, ganó distancia, se aproximó al toro con la garrocha por delante, y clavándola en su cola, logró, con el empuje combinado de su brazo y su caballo, que perdiese el equilibrio, rodando por el suelo con la panza al aire, los cuernos clavados en la tierra y las cuatro patas en alto.

Recogió la garrocha, montó, y con suave galope fue hacia la empalizada, prolongando con esta lentitud el ruidoso aplauso de la muchedumbre. Los jinetes que habían recogido a doña Sol saludaron con grandes muestras de entusiasmo al espada. El apoderado le guiñó un ojo, hablando misteriosamente: Gachó, no has estao pesao. Muy bien, ¡pero que muy bien! Ahora te digo que te la llevas.

Era doña Sol, que, en vez de permanecer inmóvil en el suelo, acababa de ponerse en pie y recogía su garrocha, colocándosela bravamente bajo el brazo para retar de nuevo a la fiera: una arrogancia loca, con el pensamiento puesto en los que la contemplaban; un reto a la muerte, antes que transigir con el miedo y el ridículo. Ya no gritaban tras la empalizada.

En su fuga encontró otro picador, repitiendo el salto, el bufido y la huida. Luego tropezó con el tercer jinete, el cual, avanzando la garrocha, le picó en el cuello, aumentando con este castigo su miedo y su velocidad.

No hay quien te toque... Y si vinieran por una casualiá los siviles, yo me pongo a tu lao, agarro una garrocha y no dejamos vivo a uno de esos gandules. ¡Y poco que me gustaría haserme caballista der monte!... Siempre me ha tirao eso. ¡Potaje! dijo el espada desde el extremo de la mesa, temiendo la locuacidad del picador y su vecindad con las botellas.