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Allá en Sevilla, con su traje de campo y la garrocha al hombro, estaba usted muy bien. Era un complemento del paisaje. ¡Pero aquí!... Madrid se ha europeizado mucho: es una ciudad como las demás. Ya no hay trajes populares. Los pañolones de Manila apenas se ven fuera de los escenarios. No se ofenda usted, Gallardo; pero, no por qué, me recuerda usted al indio.

Las muchachas contemplaban con asombro a la Marquesita y sus dos acompañantas, admirando sus pañolones floreados de la China, sus relucientes peinados. Los hombres se encogían modestamente ante el señorito, que les ofrecía una copa, mientras sus ojos se iban tras la botella que tenía en las manos. Después de hipócritas negativas, bebieron todos.

Veíanse sayas rojas o verdes como los pimientos, color de almagre como las calabazas, moradas como las berenjenas, capas y coletos pardos como la piel de los tubérculos, negras ropas de ancianos que iban tomando la torcida color de las alubias, vistosos dengues y pañolones donde parecía haberse reventado toda la hortaliza.

Muchas noches despertaban las niñas en sus camas oyendo al otro extremo de la casa el rasgueo de las guitarras, los lamentos del cante hondo, el taconeo del baile; y veían pasar por las ventanas iluminadas, al otro lado del patio, grande como una plaza de armas, los hombres en mangas de camisa con la botella en una mano y la batea de cañas en la otra, y las mujeres con el peinado alborotado y las flores desmayadas y temblonas sobre una oreja, corriendo con incitante contoneo para evadir la persecución de los señores o tremolando sus pañolones de Manila como si quisieran torearles.

Doña Elvira no podía quejarse de los últimos momentos de su hermano. Había muerto como quien era: como un caballero cristiano, como una persona decente. La enfermedad mortal le había sorprendido en una de sus juergas rodeado de mujeres y mozos de valor. La sangre del primer vómito se la habían limpiado las amigas con sus pañolones bordados de chinos y rosas fantásticas.

En el tendido de sombra, el graderío circular era un escalonamiento de sombreros blancos que bajaba hasta la barrera. Algunas capotas cargadas de flores o relucientes peinados, destacándose sobre los pañolones de Manila, rompían la monotonía de las hileras de puntos blancos.

Para todos los primos y primas trajo regalos: para ellos puros filipinos en abundancia; para ellas, o pañolones bordados, que llaman en mi tierra de espumilla y de Manila en Madrid, o abanicos chinescos de los más primorosos. Para D. Acisclo trajo armas japonesas, y para doña Luz un juego de ajedrez de marfil, prolijamente labrado.

Entretanto los coches venían en vertiginosa carrera, paraban de firme junto á la puerta depositando á la alta sociedad. Las señoras, aunque apenas hacía fresco, lucían magníficos chales, pañolones de seda y hasta abrigos de entretiempo; los caballeros, los que iban de frac y corbata blanca usaban gabanes, otros los llevaban sobre el brazo luciendo los ricos forros de seda.

Eran tres las que así chismorreaban, sentaditas a la derecha, según se entra, formando un grupo separado de los demás pobres, una de ellas ciega, o por lo menos cegata; las otras dos con buena vista, todas vestidas de andrajos, y abrigadas con pañolones negros o grises.

Los judíos de Gibraltar le hacían crédito, y su alazán trotaba llevando a la grupa fardos de sedas y de vistosos pañolones de China.