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Contaba así con una especie de plano inclinado para llegar a la reja. Subió por él deslizándose, se agarró con la mano izquierda a un barrote y con la derecha armada del cortaplumas, comenzó a roer la madera del marco. La postura no era cómoda, ni mucho menos, pero la constancia de Zalacaín no cejaba, y tras de una hora de rudo trabajo, logró arrancar el barrote de su alvéolo.

La música de los campanilleros era extraña y de un singular carácter, pero no dejaban de ser menos curiosas las letras de sus coplas, entre las cuales las había del tenor siguiente: El demonio como es tan travieso agarró una piedra y rompió un farol, y salieron los padres Franciscos y lo apedrearon en el callejón.

Cuando embarrancamos, cada uno agarró el fardo que tenía más á mano y echó á correr para esconderlo en su casa. Pero al día siguiente estaban todos á disposición del patrón: no se perdió ni una libra de tabaco. Los que exponen la vida por el pan y todos los días le ven la cara á la muerte, están más libres de tentaciones que los otros... Pero no tardará en hacerse á la mar con su antiguo amo.

Pero Luis extendió la mano, agarró a la valenciana por los cabellos y, después de sacudirla tres o cuatro veces con fuerza, la arrojó lejos de y se lanzó a la puerta del salón. Bajó la escalera a saltos, salió a la calle, donde esperaba el coche, y brincando en él con su preciosa carga dijo al cochero: ¡A escape, a la Granja! El pesado vehículo rodó con estrépito por las calles mal empedradas.

El secretario apareció a los pocos minutos, y sin traspasar el marco de la puerta, dijo con afectada solemnidad: Su Ilustrísima va a llegar en este momento. Obdulia cerró los ojos y se agarró con más fuerza a la butaca. Cuando los abrió tenía delante de la figura imponente del prelado. La estancia se hallaba a media luz a causa de la pantalla que cubría el quinqué.

Llevábase un dedo a los labios para imponerle silencio cuando Febrer intentaba hablar. Una vez, el herido agarró al paso una de sus manos y se la llevó a la boca, acariciándola con un beso prolongado. Margalida no osó retirarla. Únicamente volvió la cabeza para que no viese sus ojos llenos de lágrimas.

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Al pasar por delante del hogar agarró un tizón encendido, acción que repitieron los demás de la partida, siguiéndolo de cerca, codeándose, y antes de que Daniel, el asombrado propietario de la droguería, conociera la intención de sus huéspedes, la sala estaba completamente desocupada. Hacía una noche más oscura que boca de lobo.

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¡Parda!... ¡Garbosa!... ¡Salia!... ¡No me llevéis la Salia!... Agapito, por tu madre... ¡no me lleves la Salia! Pero cuando vio marchar una hermosa novilla, que era su favorita, no pudo contenerse. Corrió a ella y se agarró con todas sus fuerzas a los cuernos.