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Bastardo, pero reconocido... ¿Y qué tiene que ver con nosotros...? Y tanto como tiene que ver. ¿Ignoráis que ese don Juan Téllez Girón es el que ha herido á vuestro secretario don Rodrigo? ¡Cómo! ¡si quien hirió á don Rodrigo, ayudado por Quevedo, fué un tal Juan Montiño, sobrino del cocinero mayor de su majestad! Es que ese Juan Montiño es don Juan Girón. Me estáis maravillando.

Julio estaba herido. Pero al mismo tiempo que recibía la noticia con un retraso lamentable, Lacour le tranquilizó con sus averiguaciones en el Ministerio de la Guerra. El sargento Desnoyers era subteniente, su herida estaba casi curada, y gracias á las gestiones del senador vendría á pasar una quincena de convalecencia al lado de su familia.

En esta coyuntura vino un mensajero de Cambaripa, pidiéndole le diese de su parte, si pudiese hallar algún pronto y eficaz remedio á su ruina, y á la de aquellos sus vasallos, porque no tenía tiempo para detener ó resistir á un mismo tiempo á tantos enemigos ni de buscar escape á su vida con la fuga, por estar mal herido de los contrarios.

Y él responderá: Con ellas fui herido en Casa de mis amigos. 7 Oh espada, despiértate sobre el pastor, y sobre el hombre compañero mío, dijo el SE

El curioso no se atrevía á continuar investigando: ya iba á despedirle mal de su grado, cuando Clara vió que tenía una mano ensangrentada, y exclamó sobrecogida: ¡Está usted herido! No es nada: un rasguño. Pero sale mucha sangre. ¡Jesús! tiene usted la mano destrozada. ¡Oh! no es nada.... Con un poco de agua.... Voy al momento.

¡Que venga Don Luis! gemía el minero herido por la explosión de un barreno, ó el pinche casi enterrado por un desprendimiento de la cantera.

De otro modo, y sin beneficio alguno, ríos de sangre pregonarán á diario que esta terquedad impolítica funestos resultados y esteriliza los esfuerzos de aquel sufrido Ejército, que casi olvidado, combate cual pudiera hacerlo en Africa, contra fiero enemigo que no cuartel al herido ni al prisionero, y teniendo además que vencer los obstáculos insuperables que presentan las intrincadas selvas, bosques impenetrables y el clima insalubre de aquellas comarcas.

Palidez mortal cubrió su rostro. A los pocos instantes cayó como herido del rayo. Y sin duda hubiera dado en tierra de golpe, si el Padre Ambrosio y el hermano Tiburcio, apercibidos ya para el caso, no le hubiesen sostenido. Todo el cuerpo de Fray Miguel, adquirió de súbito una rigidez más que cadavérica. No parecía ya de carne sino de madera o de barro.

¿Y por qué no han de ser? preguntó el médico herido por aquel tono. Porque no. ¡Valiente razón! Si no te convence, estudia, que yo no estoy aquí para hacer obras de misericordia. ¡Uf! ¡El sabio de la Grecia! ¡Apartarse a un lado, señores! No soy un sabio, pero no digo que estos animales son cocodrilos, cuando en el río Marañón no se crían cocodrilos. ¿Qué son entonces? Caimanes. ¡Llámalo hache!

El dolor de mi hombro se hacía a cada momento más incómodo y mortificante. El desconocido me había herido con un cuchillo, y la sangre brotaba, porque la sentía, húmeda y pegajosa, caer sobre mi mano. Volví a gritar: ¡Policía, policía! hasta que, por fin, una voz que me respondió en medio de la neblina y me encaminé en su dirección.