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Pocos días después llegó á la casa de la avenida Víctor Hugo con un gesto de satisfacción que llenó de alegría á don Marcelo. ¿Ya está?... Ya está... Pasado mañana salimos. Desnoyers fué en la tarde siguiente al estudio de la rue de la Pompe. Mañana me voy. El pintor deseó acompañarle. ¿No podría ir también como secretario del senador?... Don Marcelo sonrió.

Riéronse todos mucho de la ocurrencia del cura, y el señor don Vicente Cascante, senador del reino, dijo con prosopopeya e hinchazón sentenciosa.

El senador se separó de otros dos señores no menos imponentes que iban con él, y aproximándose a Maltrana, púsole en la espalda la mano protectora: ¿Cómo está usted, joven?... ¿Cómo marchan sus asuntos?...

Además, comprendió que el senador le cerraba su puerta para siempre. Después de tales murmuraciones, el mejor medio de demostrar que Maltrana no le había prestado ayuda era prescindir en absoluto de su trato. Bien se lo dio a entender al joven con la frialdad de su gesto de despedida, con la blandura de su mano y los consejos que le dio. Más discreción, joven.

Primero como ayo instructor del arte militar de una persona real; miembro después de algunas comisiones científicas, y empleado últimamente en el ministerio de la Guerra, cultivando la amistad de todos los personajes políticos; diputado varias veces; senador por fin y ministro del Tribunal Supremo de Guerra y Marina, no había estado en el campo de batalla sino persiguiendo a un general revolucionario, y eso con firme propósito de no alcanzarle nunca.

El temible senador, que se creía dueño de sus impresiones y hábil para ocultarlas en todo momento, casi dió un salto de sorpresa al escuchar á Flimnap. ¿Con qué derecho se atrevía el gobierno á disponer del Hombre-Montaña?

No sabía ciertamente el senador cómo se había realizado la inesperada reconciliación. Les había visto llegar un día á su casa juntos, mirándose con ternura, olvidados completamente del pasado. ¿Quién se acuerda de las cosas de antes de la guerra? había dicho el personaje . Ellos y sus amigos han olvidado completamente lo del divorcio.

Una estátua de marmol antigua también en su nicho de nueve cuartas de alto y que representa un Mercurio con el manto que llaman clámide sobre el hombro izquierdo, le falta una mano y el caduceo. Otra estátua de marmol antigua también en su nicho de siete palmos y medio de alto que representa un senador romano con su toga, tiene los pies y manos rotas.

Le conozco hace mucho tiempo, y no cómo me dejé influenciar por sus palabras el otro día, cuando preparaba mi primer discurso contra el pobre coloso. Pero aún queda tiempo para hacer justicia, y Momaren no verá cumplidos sus deseos. Venga usted mañana al Senado y verá cómo el senador Gurdilo es el de siempre: un defensor de la inocencia y un enemigo de los hombres malos.

Su cólera fué la del caballo de labor que rompe los tirantes de la máquina de trabajo, eriza su pelaje con relinchos de locura y muerde. El padre se indignó ante su determinación... ¡Un escándalo más! Julio había dedicado la mejor parte de su existencia al manejo de las armas. Lo matará decía el senador . Estoy seguro de que lo matará.