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Salaverría, no he dado ninguna de sus señas personales ni he reproducido ningún párrafo suyo. Y si el Sr. Salaverría no hubiese dicho que los españoles habíamos adoptado la costumbre inglesa de ponerle una hache al te, ¿para qué iba a decir ahora que no lo había dicho? Al decir que no lo ha dicho, el Sr. Salaverría dice que lo ha dicho.

Como se dicen otras, Lituca... Pues ya se lo dije endenantes, y bien a las claras. Y bien a las claras respondí a usted que aquello era pedir imposibles. Pues eso mismo pido... eso mismo deseo ahora. Pues no concuerda esa respuesta con mi pregunta. Allí se trataba de vivir como ahora vive usted, y aquí se trata de vivir de otra manera muy distinta. Pues llámelo hache, con todo y con ello.

El hombre que verdaderamente le ha dado importancia a la hache ha sido usted. Por ella, Sr. Salaverría, no ha vacilado usted en arremeter contra un viejo amigo como yo, llegando hasta a decirme que involucro. ¡Oh hache!... Tienes nombre de mujer... Por si a algún lector le interesa, reproducimos el artículo que ha dado origen a la nota anterior.

La hache... Y mientras una revolución no destruya esa letra aristocrática, yo, como el Sr. Vázquez Mella, no podré creer que la democracia inglesa es una cosa perfecta. En España, país de los viceversas, son sólo algunos pobres campesinos andaluces quienes pronuncian la hache.

Más claro, a las dos nos está dando el plantón hache, y yo estoy que no lo que me pasa, más muerta que viva... llena de rabia, llena de celos. No he de parar hasta cogerle, y de veras te digo que si le cojo, y si cojo a la otra, me pierdo. Yo vengaré a la mona del Cielo, y me vengaré a . No quisiera morirme sin este gusto.

¿Y por qué no han de ser? preguntó el médico herido por aquel tono. Porque no. ¡Valiente razón! Si no te convence, estudia, que yo no estoy aquí para hacer obras de misericordia. ¡Uf! ¡El sabio de la Grecia! ¡Apartarse a un lado, señores! No soy un sabio, pero no digo que estos animales son cocodrilos, cuando en el río Marañón no se crían cocodrilos. ¿Qué son entonces? Caimanes. ¡Llámalo hache!

No obstante, yo sospecho que esa hache es de manufactura catalana, y, en vez de combatirla estérilmente, creo que debiéramos unir nuestras fuerzas a las de un señor que en un gran hotel protestaba, días atrás, contra la frase five o'clock, empleando una argumentación llena de lógica. ¿No somos españoles? decía aquel caballero . ¿No estamos en España?

Aunque, de derecho, la hache sea allí una letra tan popular como cualquier otra, de hecho no existe para el pueblo. Y ahora, cuando, cargados de impuestos, los ricos ingleses son cada día más pobres, y cuando, mejorados sus salarios, los pobres ingleses son cada día más ricos, ¿qué barrera es la que, en Inglaterra, separa a unas clases sociales de otras?

Salaverría, al creerse aludido por , es el que yo le atribuya un concepto desdeñoso hacia la hache británica. «Yo ignoro muchas cosas dice . Sin embargo, conozco la importancia que tiene la hache para los inglesesPues bien, Sr. Salaverría, todo ha sido una broma. La hache no tiene para los ingleses importancia ninguna.

«Un distinguido escritor se queja de que los españoles hayamos adoptado la costumbre inglesa de ponerle una hache al te. Por mi parte, y aunque he vivido varios años en Londres, desconozco totalmente esta costumbre. En la gran metrópoli he tomado te de la China y te de Ceylán. He tomado te con leche y te con limón.