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Ese joven dijo , no es sobrino del cocinero mayor. ¿Pero en qué quedamos? ¿qué es ese mancebo? El se cree hijo de Jerónimo Martínez Montiño, hermano de Francisco Martínez Montiño, cocinero de vuestra majestad; pero no es así... es... hijo de padres muy nobles, como lo reza esta carta dijo el padre Aliaga, presentando al rey la tan traída y llevada carta de Pedro Martínez Montiño á su hermano.

Son serpientes, vos no lo sabéis bien, señor Montiño: como se les ponga en la cabeza doctorar á un hombre en la universidad de Cabra, aunque el amante ó el marido las encierren en un arca y se lleven la llave en el bolsillo, le gradúan. Movióse impaciente en su silla el cocinero del rey, porque se le puso delante su mujer, que era joven y bonita. Pero á serpiente, serpiente y media.

Y Montiño seguía abismándose en su pensamiento y contemplando el cofre, y probando su peso, y queriendo deducir por él el valor de su contenido. El cocinero mayor sufría el tormento de los avaros. Pero era necesario salir de su reservado aposento.

Sois un oro... ¿Os habéis vestido ya? Atácome las calzas... Voy á preparar el almuerzo. ¿Quién es esta mujer? dijo Montiño. No lo dijo Quevedo encajándose los gregüescos. ¿Qué, no lo sabéis, y os metéis en su casa como en una posada, y la tratáis con una lisura que mete miedo? Tratándose de esta mujer, cuanto más miro menos veo.

Digo, que acabo de llegar dijo Juan Montiño con cierta tiesura, excitado por el carácter repulsivo de su tío. ¿Pero de dónde acabáis de llegar?... De Navalcarnero. ¡Ah! ¿y quién os envía? Pudiera suceder muy bien que hubiera venido sólo por conocer al hermano menor de mi difunto padre; pero no he venido por eso; vengo porque me envía mi tío Pedro Martínez Montiño, el arcipreste.

Mirad dijo Dorotea inclinándose hacia Montiño y fijando en él sus grandes ojos ; el duque me importa lo mismo que esto y tomó un pedazo de pan y le desmigajó de una manera nerviosa . Cuando tenía hambre... deseé brillar por mi aparato, por mis trajes, por mis alhajas, le acepté con hambre... hoy... hoy me importa muy poco el duque. ¡No le necesitáis ya! No necesito alhajas ni brocados.

Pues confieso á vuecencia, que no sabía yo que su majestad la reina... Vamos, señor Francisco. ¿A dónde llevásteis anoche á un vuestro sobrino? ¿Yo?... á ninguna parte dijo Montiño temiendo que lo de la cruz fuera un lazo.

Montiño tenía fijas en la memoria las palabras de Quevedo: «De estas mujeres se triunfa á primera vista ó nunca». Y aquellas otras: «Interesa á la reina que enamoréis á esta mujer». Juan Montiño desempeñaba con gusto su farsa, porque, aunque estaba locamente enamorado de doña Clara, la comedianta tenía para él, en la situación en que se encontraba, un encanto irresistible.

Y como don Rodrigo Calderón ayudaba á los unos y á los otros, á vuecencia contra la reina... ¡Montiño! Vuecencia me ha mandado decir la verdad. Seguid.

Mira le dijo el alférez , llévanos arriba, á aquella sala azul pequeña que tienes tan cuca, y que nos sirva aquella muchacha de los ojos verdes; aquella Inés... Está durmiendo... Que despierte. Y si para que nos sirva mejor se necesita muestra, hela aquí dijo Juan Montiño poniendo en las manos del hostelero un doblón de á ocho. Sonaron otros muchos en el bolsillo del joven.