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¡Es un portento! exclamó; y me admira que hayáis arriesgado por las calles una maravilla tan frágil como ésta. Confieso que fué grave imprudencia. ¡Un frasco de vino, Tita, pero del mejor, del florentino! Sin vuestro auxilio no qué hubiera sucedido. Examinad bien la tez; á mismo me resulta muchas veces demasiado obscura, enrojecida por haberse caldeado los colores, ó pálida y falta de vida.

Fué preciso poner término a esos amores que no eran del agrado de mi papá; pero le confieso a usted, Rodolfo, que le quise mucho, ¡mucho!... Se parece usted mucho a él. Cualquiera que los viese juntos diría que son hermanos. Una vez, acaso no lo recuerde usted, estaba yo tocando, pasó usted y se detuvo en la ventana.

Me es indiferente; hasta confieso que me es antipático, por los grandes extremos que hacen algunas señoras sobre su heroísmo. Eso molesta siempre á los que no somos héroes. Pienso en lo insignificante que sería hace cuatro años nada más. De conocerlo entonces, tal vez lo habría visto de tenedor de libros en un hotel ó en la tienda de mi camisero de París.

Quedáronse espantados de ver la traza, y muertos de risa de que el confitero decía que le mirasen, que sin duda le habían herido, y que era un hombre con quien había tenido palabras; pero volviendo los ojos, como quedaron desbaratadas al salir de la caja las que estaban al derredor, echó de ver la burla, y empezó a santiguarse, que no pensó acabar. Confieso que nunca me supo cosa tan bien.

Además, le debo un reconocimiento particular; que ha sido usted consultado á propósito de mis pretensiones á la mano de la señorita Laroque, y que puedo jactarme de su apreciación. ¡Dios mío! señor, pienso no haber merecido... ¡Oh! replicó riendo que no ha abundado en mi favor; pero en fin, no me ha perjudicado. Confieso también que me ha dado pruebas de una sagacidad real.

Confieso que he obrado mal, y al amanecer, he corrido a casa de la pobre mujer y la he socorrido. Nadie debe avergonzarse de hacer el bien, cuando en el mundo se hace tanto mal. He resuelto no caer jamás en esta debilidad. 14 de julio. Este día lo he pasado muy apaciblemente. ¡Quiera Dios que lo hayan pasado así todas las personas que conozco!

Se detuvo un momento para añadir con expresión de misterio: Y además hay el cuarto del tesoro. Ahí no he entrado yo, amigo Ojeda. Es un cuarto blindado, en el que no penetra ni el comandante. Un oficial responsable guarda la llave. Pero he estado en la puerta, y le confieso que sentí cierta emoción. ¿Sabe usted cuánto dinero llevamos bajo de nuestros pies?

Habla usted como un sabio me dijo, pero la cordura es difícil, se lo juro, cuando hay que habérselas con la suficiencia presuntuosa. Quisiera tener esa hermosa filosofía; pero carezco de fuerza de alma, lo confieso, y tengo rencor a la Marquesa por ser rica, única cualidad que es indiscutible.

Por de pronto confieso ingenuamente, que si la extension se ha de tomar en el sentido propio, no concibo cómo el quitarle los límites le quita tambien las partes; por el contrario, me parece que una extension infinita tendrá partes infinitas.

He oído con la debida atención dijo la muchacha todo lo que acabas de decirme, y te confieso que estoy atribulada y amedrentada. ¿Y cuál es la causa, hija mía, de tu tribulación y de tu susto? Pues..., fuera vergüenza...; a ti, que eres mi guía, debo confesarlo todo. Tus consejos y advertencias de hoy vienen ya tarde.