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Actualizado: 27 de julio de 2025
Que estoy cansado. ¿Pero qué hacéis que no entráis, amigo Juan? Entrad, entrad, caballero dijo Dorotea levantándose ; esta casa es muy vuestra. Y levantó la otra cortina que el bufón no había levantado. Al ver á Dorotea Juan Montiño, y al ver á éste Dorotea, sucedió una cosa singular: los dos retrocedieron, los dos cambiaron de expresión.
No habría llegado aún Francisco Montiño al puente de Segovia, cuando su mujer, que había despedido á su hijastra para irse á dormir, se encerró en su dormitorio, se dirigió á una ventana, que parecía clavada, sacó con suma facilidad dos de los clavos, que sólo servían de una manera aparente, abrió, y tomando un papel, al que hizo tres agujeros, envolvió en él un pedazo de pan, sin duda para dar al papel peso, y se puso á cantar, teniendo fijos los ojos en una ventana cercana de una torre que por aquella parte del alcázar estaba contigua á las habitaciones del cocinero mayor.
No me acuerdo contestó con angustia Montiño. Pero es muy posible que la lleváseis con la punta al frente. Sí, que es muy posible. Pudo ser muy bien, que entre lo obscuro tropezáseis con don Juan de Guzmán. No me acuerdo, pero pudo ser. Cayó don Juan, y vos sobre él... eso ha sido... un homicidio involuntario...
Es cierto que este asunto no puede llevarse á una audiencia; pero en España hay un tribunal que, con el mayor secreto, por medio de sacerdotes, averigua todo cuanto necesita averiguar. ¡La Inquisición! exclamó con terror Montiño.
Dorotea y Montiño se turbaron mucho más. Pero por aquella vez, Dorotea no se irritó. Por el contrario, soltó una alegre carcajada, y dijo: ¿Quién diablos os ha traído aquí? Y llenó la copa, bebió la mitad, y ofreció la copa á Montiño. Montiño la tomó y buscó el sitio donde había puesto sus labios la joven. Habladme con franqueza dijo la Dorotea ; ¿qué habéis visto en mí...? Y se detuvo.
Pero, tío... replicó el joven, que no comprendía una sola palabra. Nada, nada; no hablemos más de esto; lo quiere ella... en buen hora. Juan Montiño no se atrevió á aventurar ni una sola palabra más, por temor de cometer á ciegas una torpeza, y se encerró en una reserva absoluta, en una reserva de expectativa.
Contad con mi agradecimiento dijo Montiño levantándose. Esperad, esperad; tengo que deciros aún: guardad un profundo secreto acerca de todo lo que habéis sabido y hecho esta noche. Ya me lo había propuesto yo. No os ocultéis por temor á los resultados de vuestra aventura con don Rodrigo. Aún no sé lo que es miedo. Y preparáos á mayores aventuras. Venga lo que quisiere.
Apeóse en la puerta de la casa donde había nacido, y no tuvo necesidad de llamar, porque encontró su puerta franca de par en par. Algunas mujeres pasaban de la cocina á una sala baja muy atareadas, y entre ellas apareció una anciana. ¿Vive mi hermano? dijo Montiño, adelantando hacia aquella mujer.
¡De modo que ese hombre dijo doña Clara os ha dado padres y esposa! Sin quererlo y sin saberlo. ¡Cómo! dijo la duquesa . ¿Montiño no conoce esta carta? No, señora. ¿Pues no os la dió? Sí; sí, señora, pero dentro de un cofre cerrado. ¿Y no pudo haber abierto ese cofre?
Al oír la palabra aventura, Juan Montiño, que se había distraído por un momento de su idea fija, volvió á ella. ¿Conocéis á la reina, tío? le preguntó. ¡Pues podía no conocerla! dijo con sorpresa el señor Francisco. ¿Es la reina alta? Sí. ¿Es la reina gruesa?... es decir... ¿buena moza? Sí. Pues tío, yo quiero conocer á la reina.
Palabra del Dia
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