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Actualizado: 27 de julio de 2025
Quiéralo Dios dijo suspirando la Dorotea, y oprimiendo dulcemente las manos de Juan Montiño. Pues mirad repuso el joven , yo pensaba en otra cosa. ¿En qué? En que antes de salir de vuestra casa... De nuestra casa, caballero... Bien; pensaba en que antes de salir de casa nos hablamos de tú.
Francisco Montiño, cocinero mayor del rey. Os aconsejo que no salgáis dijo el hostelero ; nadie se mueve de noche aunque oiga lo que oiga. ¡Abrid, vive Dios! exclamó Juan Montiño , ú os abro la cabeza. El hostelero abrió sin replicar. Los tres jóvenes se lanzaron en la calle. Un hombre estaba rodeado de otros cuatro. Otros dos hombres se llevaban un bulto.
¡He aquí que ese Cornejo, que ese miserable, ha deducido!... y bien, no importa... eso nada importa, afortunadamente... ¿el nombre de esa comedianta? dijo doña Clara yendo á una mesa, buscando un papel, y tomando una pluma. Dorotea dijo Montiño enteramente atortolado. Dorotea, ¿de qué? No tiene apellido. ¿Es amante de don Rodrigo Calderón? Sí, señora... pero ocultamente...
Veinticuatro años antes, cuando el señor Francisco Montiño sólo era oficial de la cocina de la infanta de Portugal doña Juana, es decir, cuando se encontraba al principio de su carrera, había recibido de su hermano Jerónimo la lacónica carta siguiente: «Hoy día del evangelista San Marcos, ha dado á luz mi mujer un hijo: te lo aviso para que sepas que tienes un criado á quien mandar.»
De modo que, si el viento no destruye á la Invencible, y si otro soplo de viento no mata la luz de doña Juana de Velasco, Juan... Montiño no existiría.
Acudieron dos ó tres mocetones. Al momento, al momento, para el servicio de su majestad, dos machos de paso que puedan andar cinco leguas en dos horas, y un mozo de espuela, que no se duerma y que no me extravíe. Muy bien, señor Francisco Montiño dijo uno de los palafreneros ; cuando vuesa merced vuelva ya estarán las bestias y el mozo dispuestos para echar á andar.
Con él, si me ama. ¿Con el señor Juan Montiño? Sí. Yo te daría un consejo. ¿Cuál? Que olvidaras á ese joven. No puedo. ¿Tan enamorada estás da él? Si no estoy enamorada, estoy empeñada. Puede ser que mañana sea demasiado alto para ti. ¡Pero si yo no quiero que se case conmigo! Puede suceder que él se case con otra mujer. ¿Qué habéis dicho? exclamó levantándose Dorotea.
Pues es muy extraño; tú me preguntas por su majestad, y yo acabo de recibir esta carta de manos de una dueña de palacio. Tomó la carta Juan Montiño, la leyó, se puso pálido y se echó á temblar. ¿Y de quién creéis que pueda ser esta carta? Carta que viene por la condesa de Lemos, debe haber pasado por las manos de la camarera mayor, que debe de haberla recibido de la reina.
¡Ah! dijo el bufón. ¡Oh! dijo Quevedo. Pasad, caballero, pasad dijo Dorotea ya perfectamente serena. Juan Montiño entró en la alcoba, enteramente repuesto ya de su sorpresa. ¿En qué nido le habéis encontrado, amigo Manolillo? dijo Quevedo. En el nido de una corneja. ¿Y dónde tiene esa corneja su nido? Es la manceba vieja de un tal Cornejo, galeote huído que anda haciendo milagros en la corte.
¿Nada más?... Nada más. Y decidme: ¿quién os dijo que don Rodrigo Calderón tenía ciertas cartas? ¿Qué cartas?... Cartas que comprometían... No os entiendo, señora. ¡Montiño, estáis comiendo el pan de su majestad!... Eso es muy cierto, señora... pero... suceden tales cosas, que no sé qué hacer... no sé qué decir... Pues es necesario que sepamos á qué atenernos...
Palabra del Dia
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