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Actualizado: 27 de julio de 2025
Seamos, pues, amigos; prefiero vuestra amistad á vuestro amor. ¡Mi amor! ¿sabéis si yo he amado alguna vez? ¿sabéis si puedo amar? Todos hemos nacido... He aquí una cosa indudable. Para amar... Eso no es tan claro. Si no habéis amado, amaréis. ¿Habéis amado vos? Sí, y mucho dijo Montiño suspirando por doña Clara de Soldevilla. ¿Y amáis...?
Pues bien dijo Montiño desesperado , no soy yo el asesino, sino vos, vos que me obligáis á elegir entre mi vida y la de otro; yo juro á Dios... Acabad, que lugar tendréis de jurar después. Pues bien, sea dijo el cocinero metiendo su mano derecha de una manera violenta y nerviosa en el bolsillo derecho de sus gregüescos : que Dios tenga piedad de la criatura que va á morir.
Me dais cuidado por vuestra alma, Montiño dijo fray Luis ; el amor al dinero trae consigo muchos y grandes pecados. En efecto, he pecado mucho. ¿Y os habéis hecho rico...?
¡Ah, me parece que voy trasluciendo! ¿Y dónde llevó doña Clara á Montiño? Callejeóle de lo lindo, largóse, y le metió en un lance de estocadas con don Rodrigo. De cuyo lance... No por cierto... contentóse con desarmarle y se fué á buscar á su tío postizo á casa del duque de Lerma. ¿Y cuándo hirió ó mató ese joven á don Rodrigo? Eso es después. ¿Y cómo sabéis vos...?
Además, este lujo escandaloso de la Dorotea, servía al duque de prospecto para con otras mujeres. Sólo que la mayor parte de las que se suscribían á las obras del duque, se encontraban con que las obras no correspondían, ni con mucho, al lujo del prospecto. Pero á Juan Montiño que, á pesar de todo, conservaba un fondo de candor y virginidad en el alma, le maravilló todo aquello.
¡La dama más noble de España! ved lo que decís: cualquiera pudiera creer... ¿Que esa tan noble dama es la reina? ¿No es verdad? dijo con una malicia horrible Cornejo. ¡La reina! ¡Su majestad! exclamó dando un salto de sobre su silla Montiño. La misma, Su majestad la reina de España es la querida de don Rodrigo Calderón.
»El joven que lleva el nombre de Juan Montiño, no es hijo de nuestro hermano Jerónimo.» ¡Ah! exclamó interrumpiendo su lectura el cocinero mayor ; bien dije yo cuando dije, que había algo encerrado tras la secatura y la brevedad con que mi hermano me anunció el nacimiento de ese hijo que no es su hijo.
¡Mi sobrino!... dijo el cocinero del rey ; yo no tengo sobrinos; llevad bien esa ánade, Cristóbal. ¿Sois vos el señor Francisco Martínez Montiño? dijo Juan Montiño adelantando. Sí, por cierto, que así me nombro contestó el cocinero del rey dando á otro lacayo otro plato, y sin volverse á mirar á quien le hablaba.
Al rey... eso es... es lo mismo... ¿cuándo debe ir el duque de Lerma á hacer el papel del rey en casa de esa mujer? Tengo que avisarla. Id á llevar esta carta al duque. Montiño se levantó de nuevo. Si el duque os envía á casa de doña Ana, avisadme. Avisaré á vuestra señoría de todo. Y como vivís en palacio, procurad no perder nada en cuanto os fuese posible de cuanto haga ese don Juan.
En aquella calle, en una casa chata y vieja, vivía la señora María Suárez, honrada esposa del escudero Melchor Argote, y honrada amiga del prendero Gabriel Cornejo. Cuando Montiño llegó, encontró á la señora María fregoteando, como la mujer más hacendosa del mundo, en la cocina. Buenos días, buenos días, señora dijo el cocinero ; ¿y cómo va por acá? ¡Ah! ¿sois vos, señor Francisco? dijo la vieja.
Palabra del Dia
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