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Actualizado: 27 de julio de 2025


Juan Montiño había dado aquella bofetada. Don Bernardino la había recibido. Juan Montiño era el que había arrojado. Don Bernardino el que había caído. Este era el estruendo que había distraído de su chismografía política al alférez de la guardia española Ginés Saltillo y á sus oyentes. Montiño se había vuelto con suma tranquilidad á su bastidor.

Buenas noches, y... contadme por vuestro amigo. Gracias, padre dijo Montiño tomando la mano que el padre Aliaga le tendía y besándosela. ¡Que Dios os bendiga! dijo el padre Aliaga. Y aquellas fueron las únicas palabras en que Montiño notó algo de conmoción en el acento del fraile. Saludó y se dirigió á la puerta. Esperad: vos sois nuevo en el convento y necesitáis guía.

No por cierto: una encomienda. Mirad, padre. Y Montiño sacó un estuche y le abrió. Pero eso es un collar de perlas dijo el padre Aliaga. Montiño, que no se había repuesto de su turbación, había tomado un estuche por otro, y había mostrado al fraile la alhaja que el duque de Lerma le había dado para seducir á la aventurera con quien se pensaba entretener al príncipe don Felipe.

En ninguna parte pudiérais sentir menos la espera. ¡Ah! las diez... conque hasta las doce. Quede con vosotros Dios. Y Quevedo salió. Toda esta escena, á pesar de que había sido un poco picante, había pasado delante de la negra y del lacayuelo. Servidnos los postres y marcháos á almorzar dijo Dorotea apenas salió Quevedo. Montiño y la comedianta quedaron al fin solos.

Es que yo tengo que salir y quisiera que no se quedara la casa abandonada. Es que si he de quedarme solo, no me quedo. Y bien mirado dijo el tío Manolillo, como hablando consigo mismo , ¿para qué quiero yo á éste aquí? ¿para que cometa alguna imprudencia? Vamos, vamos, Montiño, saldremos juntos. Afuera están vuestras prendas. Y tomando una bujía salió de la cocina.

Yo no os conozco dijo la joven , pero me siento unida á vos por un poder invencible; conozco que al separarme de vos, mi alma se rompería; no he amado nunca; vos sois el primer hombre á quien amo: ¿queréis mi amor? ¡Vuestro amor! exclamó asustado Montiño. ¡Qué! ¿le desprecias? ¡Ah! ¡señora! vuestro amor es la gloria. Dorotea se arrojó en los brazos de Montiño.

Pues procuremos ver. Y se encaminó recatada y silenciosamente á la puerta de las Meninas, y con el mismo recato miró al interior. Bajo un farol turbio estaba parado Juan Montiño. ¿Conque le esperan? ¿conque le han citado? ¿quién será ella? dijo Quevedo. Pasó algún tiempo; Juan Montiño esperando, y don Francisco observándole.

A este hombre llegó el lacayo conductor del joven, que había quedado á poca distancia, y le dijo: ¡Señor Francisco Montiño!... ¡En, dejadme en paz!, no os toca á vos dijo el señor Francisco tomando una fuente de plata con un capón asado y dándole á otro lacayo. Perdone vuesa merced, pero no es eso; vuestro sobrino...

Francisco Montiño no encontraba otra salida al pasmo que le causaba todo aquello, mas que encogerse de hombros y decir: ¡Y yo que hubiera jurado que la reina era una santa! Y luego añadía, en una reacción de la razón y de la voluntad: No, no, señor, es imposible, imposible de todo punto; yo estoy soñando ó me he vuelto loco.

Y yo acabo de llegar de Navalcarnero. Fuí á buscar á mi tío á palacio; llovieron sobre aventuras y desventuras, porque esos porteros, á quienes Dios confunda, no han querido avisar de mi llegada á mi tío. ¿Y quién es ese vuestro tío? El cocinero de su majestad. ¡Francisco Martínez Montiño! pues me alegro, ¡hombre sois! ¡Cómo!

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