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Soledad, avergonzada, reía también. Lo que es conmigo no gastarías tanta guasa, arrastrao dijo María-Manuela. ¿No tienes á tu disposición el dinero de la venta? añadió encarándose con Soledad. ¿Pues por qué no mandas por todas las yemas que se te antojen? Eso pregunto yo. ¿Por qué no manda? replicó Velázquez con retintín. Soledad hizo un gesto de impaciencia indicando á María-Manuela que callase.

Los hijos de su primer matrimonio vivían en Madrid, trabajando unas veces en el adoquinado y rabiando otras de hambre. Apenas si los veía. La familia... con tomate, señores míos. Tanto tienes, tanto vales; cada uno a lo suyo. Los chicos, cuando me ven, me hablan de que les traspase la parroquia. El ama de mi casa también quiere lo mismo... ¡Magras! El negocio, siempre a mi nombre.

Con este sistema de cautela y recato, les iba tan bien que D. Evaristo no cesaba de congratularse. «¿Ves, chulita, cómo de este modo estamos en el Paraíso? Así se consiguen dos cosas, la tranquilidad dentro, el decoro fuera. ¿Qué necesidad tengo yo de que me llamen viejo verde? Y , ¿por qué has de andar en lenguas de la gente? Aquí tienes lo que yo te quería enseñar, ser persona práctica.

«Pues á y á todas les digo que no me importa un rábano que no me paguéis hoy. ¡Vaya! ¿Cómo lo he de decir para que lo entiendan?... ¡Con que estando tu marido sin trabajar te iba yo á poner el dogal al cuello?... Yo que me pagarás cuando puedas, verdad? Porque lo que es intención de pagar, la tienes. Pues entonces, ¿á qué tanto enfurruñarse?... ¡Tontas, malas cabezas!

21 Le dice Jesús: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme. 22 Y oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones. 23 Entonces Jesús dijo a sus discípulos: De cierto os digo, que el rico difícilmente entrará en el Reino de los cielos.

Coloca suavemente la mano sobre su hombro; y, con una voz trémula de dulzura infinita y de inmensa tristeza: Levántate, hijo mío, y hablemos. Juan no hace un solo movimiento. ¿No quieres decirme qué tienes contra ? El desahogo consuela... Alivia tu corazón contándome tus penas. ¡Consolar mi corazón!... ¡Ay!...

El novio no dio por el momento importancia a la frase; pero tres días después de realizado el matrimonio, la anciana lo hizo levantarse de madrugada y lo condujo a una bocamina, diciéndole: Aquí tienes la dote de tu esposa. La hasta entonces ignorada, y después famosísima, mina de Laycacota fué desde ese día propiedad de don José Salcedo, que tal era el nombre del afortunado andaluz.

El muchacho alargó la mano aterida. «Toma... Pues qué, ¿no te decía el corazón que yo había de venir á socorrerte? ¿Tienes frío y hambre? Toma más, y lárgate á tu casa, si la tienes.

Sin embargo, noté que el dueño de la casa estaba preocupado y silencioso, y cuando se hubieron despedido todos los demás y quedádonos solos con él Federly y yo, empecé a bromear a Beltrán, hasta que exclamó, dejándose caer en el sofá: ¡Pues nada, que tienes razón y estoy enamorado, perdidamente enamorado! Así escribirás mejores versos le dije por vía de consuelo.

Al hablar con un fuego digno del asunto, la señorita Campbell lanzaba de tiempo en tiempo una mirada furtiva sobre Elena y sobre . Mi querida niña dije á mi hermana ¿tienes confianza en ? , Máximo, tengo mucha confianza en ti.