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Cuando dejase de estarlo ya vería si le convenía cruzar las armas con «semejante mamarracho». Como los padrinos contestasen en mal tono, les amenazó con llevarlos a la cárcel, y hubieron de retirarse. El duque de Tornos siguió visitando de vez en cuando la casa de don Rosendo y dejándose acompañar por éste y sus amigos siempre que salía a la calle.

Porque quisiera que se os pasase esa mala impresión, que por mi desdicha os he causado en sólo un momento que me habéis visto; porque no quiero que alentéis ninguna esperanza. ¡Ah! pues entonces, permitidme dudar... No dudéis, pues dijo la dama echando atrás el manto, y dejándose ver á Juan Montiño. ¡Ah! exclamó el joven ; ¡, vos sois el hermoso sol que me deslumbró!

Yo soy gata, y muy gata, y porque soy gata, te araño y te arranco estos ricitos tan cucos de donde cuelgas los corazones. ¿Hay alguno colgado? preguntó Miguel riendo y dejándose sobar pacientemente. Vamos, basta, Julia dijo la brigadiera sonriendo también.

Por eso desprecia la más eminente posición universitaria de nuestro país, prefiriendo vivir con un hombre amado, en cariñosa servidumbre, adivinando sus deseos para cumplirlos y dejándose despojar de los derechos de superioridad que le confirió, por ser mujer, nuestra victoria revolucionaria.

Los pedazos de palo, los botes vacíos de conservas que brillaban bajo el sol, los manojos de algas, una gaviota con las alas recogidas dejándose mecer por la ola, hacían pensar en el periscopio del submarino asomando á flor de agua. De noche, la vigilancia aún era mayor. Al peligro de los sumergibles había que añadir el de una colisión.

Sentía mucho separarse de sus nietos, pero esta separación no podía ser larga. Cuando Celinda y su marido el gringo volviesen, el niño mayor llegaría á tiempo para que su abuelo le enseñase á montar á caballo como debe hacerlo un criollo fino. Precisamente este nieto hacía mucho rato que estaba junto á Robledo, montando en sus rodillas y dejándose caer en la alfombra.

Así decía Ester Prynne dirigiendo sus tristes miradas á la letra escarlata. Y después de muchos, muchos años, se abrió una nueva tumba, cerca de otra ya vieja y hundida, en el cementerio de la ciudad, dejándose un espacio entre ellas, como si el polvo de los dos dormidos no tuviera el derecho de mezclarse; pero una misma lápida sepulcral servía para las dos tumbas.

Un poco más de paciencia, hombre. Luego los baños... ¿Qué baños?... yo no voy a baños aseguró Thiers dejándose poner la venda por las autorizadas manos del médico . No los necesito. No me vengan con papas. Eso lo veremos manifestó el doctor con bondad . Ahora a la cárcel otra vez. No se me escape usted antes de tiempo, que podría suceder que la prisión se alargase más de lo regular.

Pero no le era difícil discernir si su espanto era como el del exaltado cristiano que ve al demonio, o como el de este cuando le presentan una cruz. Dejándose llevar de sus propios pasos, se encontró sin saber cómo en el centro de la Puerta del Sol. Inconscientemente se sentó en el brocal de la fuente y estuvo mirando los espumarajos del agua.

Leonor conocía que aquel hombre, siempre franco y leal, al volver a ella le restituía un corazón y un amor sincero que ya nadie le disputaba. ¡Leonor mía! ¿Querrás y podrás perdonarme? dijo, dejándose caer de rodillas ante su mujer. Esta selló con sus lindas manos los labios de su marido. ¿Vas a echar a perder lo presente con el recuerdo de lo pasado? le dijo.