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Dicho y hecho. Me quedé en Zenda y desde el andén vi a la señora de Maubán, que evidentemente iba sin detenerse hasta Estrelsau, donde por lo visto contaba o esperaba conseguir el alojamiento que yo no había tenido la previsión de procurarme de antemano. Me sonreí al pensar en la sorpresa de Jorge Federly si hubiera llegado a saber que ella y yo habíamos viajado tanto tiempo en buena compañía.

Se limitó a fumar furiosamente sin decir palabra, en tanto que Federly, de espaldas a la chimenea, lo contemplaba con cruel sonrisa. Es lo de siempre, y lo mejor que puedes hacer es cantar de plano, Beltranillo dijo Federly. La novia se te va de París mañana. Ya lo repuso Beltrán furioso. Pero lo mismo da que se vaya o que se quede. ¡La dama pica muy alto para ti, poeta! ¿Y a qué?

Dejé crecer de nuevo bigote y perilla, y ambos eran ya de respetable dimensión cuando bajé del tren en París y me presenté en casa de mi amigo Jorge Federly.

Al siguiente día Jorge Federly me acompañó a la estación, donde tomé un billete para Dresde. ¿Vas a contemplar las pinturas? preguntó Jorge guiñándome el ojo. Jorge es un murmurador incorregible, y si hubiese sabido que yo iba a Ruritania, la noticia hubiera llegado a Londres en tres días.

Algún día podrían ser útiles sus sospechas, pero por lo pronto sólo significaban un grave peligro para el Rey. Maldije a Federly de todo corazón por no haber sabido refrenar la lengua. ¿Y bien? preguntó Flavia. ¿Ha terminado la conferencia? De la manera más satisfactoria contesté. Volvamos atrás; estamos casi en tierras del Duque.

Fui a ver a Jorge Federly en la embajada, comimos juntos en Durand y después nos fuimos a la Opera; tras una ligera cena nos presentamos en casa de Beltrán, poeta de alguna reputación y corresponsal de La Crítica, de Londres. Ocupaba un piso muy cómodo, y hallamos allí algunos amigos suyos, personas muy simpáticas todas, con quienes pasamos el rato agradablemente, fumando y conversando.

Sin embargo, noté que el dueño de la casa estaba preocupado y silencioso, y cuando se hubieron despedido todos los demás y quedádonos solos con él Federly y yo, empecé a bromear a Beltrán, hasta que exclamó, dejándose caer en el sofá: ¡Pues nada, que tienes razón y estoy enamorado, perdidamente enamorado! Así escribirás mejores versos le dije por vía de consuelo.

Jorge Federly me lo ha dicho. Pero ¿a qué viene tanta ansiedad? Como si yo no me bastara... ¡Oh, no es eso! exclamó desdeñosamente. Lo único que yo quería era darte noticias de sir Jacobo Borrodale. Ya sabes que ha conseguido una embajada, de la que tomará posesión dentro de un mes, y nos ha escrito diciendo que espera llevarte consigo. ¿Adónde va?

Un amigo suyo que reside en París, el señor Federly, ha dado informes que hacen creer en su presencia aquí, y los empleados del ferrocarril recuerdan haber visto el nombre del viajero en su equipaje. ¿Y ese nombre? Raséndil, señor. En la manera de decirlo comprendí que el tal nombre nada significaba para él.

Vuestra conversación me interesaría muchísimo más observé, si supiera de quién estáis hablando. Antonieta Maubán dijo Federly. De Maubán gruñó Beltrán. ¡Hola! exclamé. ¡Conque esas tenemos, mocito! ¿Me haces el favor de dejarme en paz? ¿Y adónde va? pregunté, porque la dama gozaba de cierta celebridad y su nombre no me era desconocido.