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Luego, mediante encargo que confió a un diputado amigo suyo, el cual hizo minuciosas gestiones, supo que la nueva madriguera estanqueril de don Quintín estaba en la poco aristocrática calle de la Pingarrona, y allí imaginó ir a buscarle; pero pensándolo mejor, mandó a su ayuda de cámara, el inapreciable y fiel Benigno, que volvió con más noticias que un corresponsal del Times.

Estas entidades debieran renovar cada temporada los temas periodísticos de San Sebastián, a fin de que ningún corresponsal permaneciera aquí ocioso. Más que de dinero se trata de organización. Con seis temas inéditos por temporada, San Sebastián podría ir tirando todavía. ¡Hagan juego, señores...!

No vuelva usted a escribir nada: silencio y aristocracia literaria, y yo le respondo a usted de que llegará a una edad provecta oyendo repetir a los pájaros: don Tomás, don Tomás, don Tomás es un sabio; y entonces ya puede usted con seguridad darle al público comedias, folletos, comentarios: todo será bueno ¡que es de don Tomás!... Si usted no quiere honra, y sólo el corto provecho que de aquí puede sacarse, es preciso tomar otro camino: póngase usted bien con los cómicos; mantenga usted un corresponsal en París, y cada correo traduzca una comedia de Scribe, que aquí las reciben con los brazos abiertos: busque usted medios de ingerirse en las columnas de un periódico, y diga usted que todo va bien, y que todos somos unos santos; ajústese usted con un par de libreros, los cuales le darán a usted cuatro o cinco duros por cada tomo de las novelas de Walter Scott, que usted en horas les traduzca; y aunque vayan mal traducidas, usted no se apure, que ni el librero lo entiende, ni ningún cristiano tampoco.

A su lado solía sentarse un caballero que tenía un vicio secreto: escribir cartas a los periódicos de la corte con las noticias más contradictorias. Firmaba «El Corresponsal» y siempre que un papel de Madrid decía «Lo de Vestusta» era cosa de él. Al día siguiente desmentía en otro periódico sus noticias y resultaba que «Lo de Vetusta» no era nada.

Ahora no ha hecho sino ratificar con un nuevo acto de franca hostilidad el poco cariño que le inspira la República cubana, y esto no debe sorprender á nadie, del mismo modo que no debe causarnos extrañeza que el ministro Beaupré y el mamarracho de Caldwell, corresponsal en esa capital de la Prensa Asociada, hayan sido los responsables de que un almirante y dos grandes acorazados de los Estados Unidos se encuentren hoy en la bahía de la Habana, pues ambos se han distinguido siempre por.... por.... ¡bueno! por lo mismo que se distingue el flamante Cónsul de la Gran Bretaña en Guantánamo.

En la imposibilidad de relatar el acontecimiento en lenguaje más escogido que el de corresponsal del Globo de Sacramento, citaré algunas de sus frases más graciosas: «Las implacables flechas del pícaro Cupido se ensañan estos días en nuestros galantes salones: hay una nueva víctima.

Yo esperaba por lo menos un tiroteo, un ¡alto!, un ¡viva el ejército reivindicador!, algo, en fin, que me facilitase tema para inaugurar mi vida de corresponsal en campaña con un telegrama de esos que obligan á los regentes y empleados de la imprenta á registrar todas las gavetas del almacén en busca de tipos gruesos como puños.

Según el Daily Mail en una carta de su corresponsal en Berlín la antigua capital del imperio se divierte como en sus mejores días. Alemania está deshaciéndose, y los mismos hombres que hace apenas unos meses lo sacrificaban todo por ella, hoy le dedican al fox-trot sus energías restantes. ¿Es posible tanta depravación? preguntará el lector.

Y milagro será que no vengan también con lo de «ser natural de la diócesis». ¡Idiotas! ¡Qué poco sentido práctico tienen esos falsos católicos!... Glocester debe de ser el corresponsal de ese papelucho; esas agudezas romas son de él. ¡Puf! ¡qué enemigos, Señor, qué enemigos! ¡bestias, nada más que bestias!

Campos Marquetti defiende la Ley Morúa. Nuestro Corresponsal, con sus disparos de Shrapnell criollo, causó ciento noventa muertos vistos al enemigo y ocupó el dedo gordo del pie derecho de un cabecilla. Todo esto y mucho más hubiera podido anunciar á mis ansiosos lectores, y para ello habría bastado que un grupo de alzados detuviera el tren.