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El Español es extranjero en España bajo los umbrales de la Aduana, cuyas uñas inquisitoriales no respetan nacionalidad ni domicilio, escarbando lo mismo el equipaje del que viene de la China ó del Nuevo Hundo, que del que llega de paseo de alguna ciudad española.

Hace una semana, hijita, que estoy trabajando como una negra, preparándolo todo, y nunca se acaba. Las modistas se han demorado, y, por fin ¡ay, gracias a Dios! hoy han traído lo que faltaba. ¡Pues no llevas poco equipaje! Catorce baúles y veinte cajas. No se puede meter todo en menos espacio. Vienes admirablemente, Marianela, con una oportunidad que... ¡ni que te hubiera llamado, hijita!

Por la mañana salieron de Estrelsau numerosas personas de mi servidumbre, con caballos y equipaje, y nosotros los seguimos a mediodía, yendo buena parte del camino por tren y haciendo después la jornada a caballo hasta la posesión de Tarlein. Me acompañaban diez bizarros caballeros, además de Sarto y Tarlein, cuidadosamente elegidos todos ellos y ciegamente adictos al Rey.

Un día, los habitantes de Mallorca y los peninsulares que se habían refugiado en la isla huyendo de los horrores de la guerra civil, vieron desembarcar un matrimonio extranjero acompañado de un niño y una niña. Era en 1838. Al bajar el equipaje a tierra, los isleños admiraron con asombro un piano enorme, un piano Erard, como entonces se veían pocos.

Martín sabía que no deliraba; se retiró a la sala y escuchó, por si Carlos contaba alguna cosa a la patrona. Martín esperó en su alcoba. En la sala, debajo del altar, estaba el equipaje de Ohando, consistente en un baúl y una maleta. Martín pensó que quizá Carlos guardara alguna carta de Catalina, y se dijo: Si esta noche encuentro una buena ocasión, descerrajaré el baúl. No la encontró.

Y llega la noche, esa noche impregnada de extraña melancolía en que los pobres comediantes, al volver del ensayo con los párpados cargados de sueño, se aplican á sacar de su equipaje los trajes que han de necesitar para el éxodo que emprenderán al siguiente día.

Delante de ellos va una tartana con el equipaje de Azorín. Cuando han arribado a la estación, Azorín, como es natural, ha sacado el billete y ha facturado sus bártulos. De allí a un rato ha aparecido el tren. Sarrió le alarga a Azorín, subido al coche, la maleta; luego, con tiento, una cesta.

Tomé en el acto mi billete e hice transportar a bordo mi equipaje, felicitándome de tener el tiempo suficiente para ir a una de las próximas estaciones del canal y poder apreciar por mis ojos la marcha de las obras y el porvenir de la empresa. Pagué mi cuenta al infame mulatillo, y cuando me encontré a bordo, en un vapor pequeño e incómodo, creí que entraba solemnemente en el paraíso.

Al entrar en su casa, pidió más , y mientras Tom se lo servía, le dijo en español: «Mañana nos vamos. Haz el equipaje. Avisarás a Estupiñá... Que me haga el favor de venir, para que me traiga de las tiendas algunas cosillas. No puede uno ir de España a Inglaterra sin llevar a los amigos alguna chuchería que tenga color local». Luego siguió hablando consigo mismo: «Es un mareo.

Toda aquella tarde se invirtió en arreglar el equipaje de Andrés, y al anochecer se rezó el rosario con más devoción que nunca, pidiendo todos á la Virgen, con esa fe profunda y consoladora de un corazón cristiano, amparo para el que se iba, y, para los que se quedaban, resignación y vida hasta volver á verle.