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Pilares de hierro se levantan á distancias iguales, sosteniendo el techo; máquinas, también de hierro, hacen dar vueltas á sus ruedas con movimientos regulares, lo mismo que sus bielas y curvos brazos; dientes de acero cogen la materia que se les echa para dividir, triturar, moler ó amasarla de nuevo, y la convierten en pasta, en hilos ó en nube apenas perceptible, según lo exige la voluntad del dueño.

Y de España, porque como vos sois amo del rey, y el rey amo de España y es vuestro dueño don Rodrigo, resulta que don Rodrigo viene á ser amo de España. Seguid, don Francisco, á fin de que sepamos hasta qué punto estáis engañado.

Entonces él, sin prisa de ladrón, con verdadera calma de dueño, fue aproximando lentamente los labios hasta besarla cerca de la boca; y ella, en pago, sin voluntad ni fuerza para rechazarle, oprimió la varonil cabeza contra su pecho. No fue beso robado, sino consentido primero y agradecido luego.

El temible senador, que se creía dueño de sus impresiones y hábil para ocultarlas en todo momento, casi dió un salto de sorpresa al escuchar á Flimnap. ¿Con qué derecho se atrevía el gobierno á disponer del Hombre-Montaña?

Miraba á todos con orgullo, pero sonreía humildemente al dueño de Villa-Sirena para que olvidase su resistencia de momentos antes y las terribles amenazas con que la había acogido. Al poco rato volvió Alicia hacia ellos, guardando un papel en su bolso de mano. El entusiasmo del músico hizo explosión. ¡Oh, duquesa!... ¡Divina duquesa! La besaba en uno de sus brazos desnudos; luego en un hombro.

Mientras Robledo, vuelto á su vivienda, daba prisa al servidor español para que le preparase su caballo y se ceñía el revólver con una canana llena de cartuchos, envió aviso á los capataces de sus obras que vivían cerca y tenían armas. Además, pidió al dueño del boliche un magnífico rifle americano que guardaba oculto debajo de su mostrador.

Las golondrinas, que ahora son respetadas porque le arrancaron a Cristo con el pico las espinas de la corona, serían perseguidas y muertas, y no acudirían todos los años a hacer el nido en el alero del tejado o dentro de la misma casa, ni saludarían al dueño con sus alegres píos y chirridos. Todo para la mujer estaría muerto y sin significado, faltando la religión.

Clotilde, igualmente, aparecía más bella que nunca, revelando en su rostro expresivo la dulce emoción que la embargaba y el ansia de ganar laureles para su dueño. Abriose el telón, y todos se fueron a ocupar sus asientos. En las cajas sólo nos quedamos el autor y cuatro o seis amigos.

Los demás huéspedes eran figuras secundarias, que presenciaban riendo las disputas de la mesa redonda, aventurando pocas veces su opinión y aceptando resignadamente la oligarquía de los seis que hemos enumerado, los cuales gobernaban la fonda a su talante, dictando al cocinero los platos y al dueño las horas de las comidas; los criados, que se renovaban a menudo, poníanse muy pronto al tanto de la existencia de este primer estamento, y empezaban a servir siempre por aquella parte de la mesa en que se situaba, lo que hacía montar en cólera a una señora viuda, ajamonada, que en las discusiones daba siempre la razón al oficial de marina.

Hartáronse de tal manera, que después fue preciso darles igual ración de palos para hacerles abandonar la cuadra y el desusado sibaritismo que les permitió su nuevo dueño. Al fin aquellas desvencijadas máquinas se pusieron en movimiento, llevando a nuestros dos jinetes por el camino de Villaba. Era de noche y la helada dejábase sentir con intensidad.