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Y si el cañon de la batalla truena, Quién el torpe que el miedo no sacude Y al grito ronco del honor no acude? Juventud de mi patria, los laureles Se conquistan peleando con bravura, Y la lira, la pluma ó los cinceles No eternizan jamás progenie impura: Los genios á los fuertes divinizan Y á los cobardes con su planta pisan.

NARV. Ténganse, digo: ténganse, soldados, O ¡por vida del Rey!... PER. Señor, ninguno Quiere ofenderte. NARV. Envainen, pues. ARR. ¡Oh ilustre Rodrigo, a quien el cielo haga dichoso Sobre todos aquellos que celebra La antigüedad con palmas y laureles! Rendido estoy a tu nobleza, y veo Que mi ignorancia fué mi propio engaño Aunque si amor a todos da disculpa, ¿Por qué no la tendrán mi amor y celos?

Después de un breve diccionario de palabras de época, tómese usted el tiempo que quiera: con sólo decir mañana de cuando en cuando y de echarles palabras todos los días, como echaba Eneas la torta al Cancerbero, duerma usted tranquilo sobre sus laureles.

Y, sin embargo, no pudo dominarse lo bastante hasta renunciar por completo á la poesía dramática sin salir del campo de la literatura, en que había ganado inmortales laureles.

En fin dijo Lorenzo, yo pienso como Melchor: ¡ésta es campaña ganada, Ricardo!... ¡Y tanto que si quieres acompañarnos a una siestita, podrás dormir sobre tus laureles!... ¿eh?... ¡Qué va a dormir, Ricardo!... No está para eso. ¿Que no, Melchor? dormiré a pierna suelta, buena falta me hace. Y a todo esto, Ricardo, ¿cuál es el síntoma de salud moral a que te referiste?

Pero Belarmino, húmedos los ojos, la voz opaca, extiende un brazo, y dice: Ahora, no; ahora, no. Otro día hablaremos; hablaremos, mi muy querido señor Coliñón; hablaremos hasta que el corazón se nos derrita en saliva, y la saliva en palabras, y las palabras en el viento. Levántase Belarmino y va a ocultar su emoción detrás del macizo de laureles. La hermana Lucidia y el señor Colignon se retiran.

Como lo había previsto Núñez, levantó polvareda y produjo indignación. Aun los mismos enemigos de Rojas censuraron con acritud la conducta de Tristán. Al cabo se trataba de un anciano cubierto de laureles. Nadie menos que él, su protegido y discípulo, tenía derecho a escribir semejantes artículos.

No te duermas sobre los laureles, pillo, porque en cuanto yo pueda entenderme con ella, se lo he de aconsejar. No te hará caso. ¡Quién sabe! Le haré ver lo que eres con esa cara de angelito de retablo. Desde Santander, Miguel telegrafió a Pasajes, dando noticia de su llegada. Así que saltó del tren en Madrid, puso otro telegrama, y escribió aquel mismo día.

Así, bajad del barco que se mece en las aguas de la bahía; habéis visto en la tierra los cocoteros y las palmeras, los bananos y los dátiles, toda esa flora característica de los trópicos, que hace entrar por los ojos la sensación de un mundo nuevo; creéis encontrar en la ciudad una atmósfera de flores y perfumes, algo como lo que se siente al aproximarse a Tucumán, por entre bosques de laureles y naranjales, o al pisar el suelo de la bendecida isla de Tahití... Y bien, ¡quedáos siempre en el puerto! ¡Saciad vuestras miradas con ese cuadro incomparable y no bajéis a perder la ilusión en la aglomeración confusa de casas raquíticas, calles estrechas y sucias, olores nauseabundos y atmósfera de plomo!... Pronto, cruzad el lago, trepad los cerros y a Petrópolis.

El bien, digo, que en tierra pretendemos, Que agora del divino no hablamos; Que aquese solo y sumo bien superno, Está solo en gozar de Dios eterno. Entrando al Paraguay á izquierda mano, El Ipití se , que es rio famoso: Muy plácido desciende por un llano De palmas y laureles muy copioso.