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No se acostaba los miércoles hasta la llegada del correo, para llamar a su marido si había pasajeros a quienes atender. ¿No se cansaba? ¿Cuántos huéspedes tenían? Calculaba que acudirían unos cuarenta a las comidas de hora fija y había parroquia de transeúntes, que eran tantos, que ella y su marido podían servirlos, pero él trabajaba también. ¿Qué trabajo?

Continuado había con su plática entretanto Viváis-mil-años, y había dicho: Que yo he de servir, mal que me pese, a don Baltasar de Peralta, veislo harto claro, tía Zarandaja; que en casa de la maldita viuda quiere meterse a la media noche, ya os lo he dicho; y aun pudiera sufrirse si en entrar solo y por guiado, consintiese, que todo ello sería que, o empeñaría la honra de doña Guiomar, por la violencia de su pasión atropellada, o ella se defendería y gritaría, y acudirían sus criados, lo cual, habiéndome yo escurrido a tiempo, nada me importaría, y él vería cómo salía del empeño en que se había metido.

El lujo escénico, las decoraciones brillantes y el arte del tramoyista no son de poca entidad, por ejemplo, en cuanto sirven de adorno exterior de un drama bueno, porque traen algunos al teatro, que acaso no acudirían á él si no se les ofreciese otro atractivo que el mérito desnudo de la obra, en cuyo caso servirán de medio ú ocasión para que estos mismos presencien y oigan una composición poética, que concluya, en último término, por agradarle.

El peligro había pasado, pero era necesario sacar todo el partido posible de aquella victoria: hacíase indispensable meter mucho ruido, gran ruido, propagar el escándalo por todas partes para despertar la indignación y excitar los ánimos en contra del Gobierno y de la dinastía intrusa... Para ello, todas las señoras acudirían aquella tarde a la Castellana con las airosas mantillas españolas y las clásicas peinetas de teja, que eran ya señal convenida de valiente protesta; y a la noche siguiente, él, Butrón mismo, daría un gran baile en honra de Currita de puro carácter político, al cual podían ya darse por convidados todos los presentes... Las señoras lucirían todas, en la cabeza, la flor de lis, emblema de sus esperanzas; los caballeros, un lazo blanco y azul en el ojal del frac, colores propios y significativos de los desterrados Borbones.

Todo lo cual oido por Inca Yupanqui, rescibió pesar de la tal respuesta, porque pensó que su padre le inviara algun socorro, y que como viesen los comarcanos de los pueblos questán en torno de la ciudad del Cuzco que su padre Viracocha Inca le socorria con algun favor y ayuda, que ansí mismo le acudirian y darian favor los tales comarcanos.

Apretó los labios, le brillaron los ojos, y dijo con enfurruñamiento: No; no serás ministro; no quiero que lo seas, no me da la gana, ¿lo entiendes, Isidro?... Dime que no lo aceptarás aunque te lo ofrezcan; dimelo, o reñimos... El mundo está lleno de tentaciones, y ¡no digo nada si acudirían las señoronas al ver a este feo, que habla como los propios ángeles y tiene tanto talento, vestido de general, con una casaca de esas que tienen la pechera bordada de ojos!... ¡lo mismo que las moscas a la miel! ¡Ojo, señorito!

Las golondrinas, que ahora son respetadas porque le arrancaron a Cristo con el pico las espinas de la corona, serían perseguidas y muertas, y no acudirían todos los años a hacer el nido en el alero del tejado o dentro de la misma casa, ni saludarían al dueño con sus alegres píos y chirridos. Todo para la mujer estaría muerto y sin significado, faltando la religión.