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Lo que es yo no te llevo replicó vivamente este . Me voy ahora mismo. Ni yo tampoco añadió al punto Currita Fernandito no se siente bien, y no hemos de andar por ahí dando vueltas. Pero, mujer, si te coge al paso... Me dejas en la calle de Alcalá, en la chocolatería de doña Mariquita... Por nada del mundo pierdo yo mi gran jícara con su par de mojicones... Son sabrosos opinó Villamelón.

Diole a Currita ganas de reír la pomposa hinchazón con que pronunciaba el ministro demócrata aquellas sonoras palabras: Palacio..., majestad..., rey..., reina, que parecían llenarle la ancha bocaza, y preguntó con su suavidad acostumbrada: ¿Quién?... ¿La Cisterna?... Crecióse el ministro como un toro de Veragua al que plantan una pica.

Creyó usted mal, señora condesa... Esa niña es un ángel, de entendimiento muy claro, de corazón muy grande y muy recto, y está aterrada por las cartas de su hermano, que... ¡pasan el alma, señora condesa, pasan el alma! Y las dos lancetas que tenía en los ojos el padre Cifuentes pasaban de parte a parte la frente de Currita, cual si fueran a clavarse en el fondo de su pensamiento.

¡Fernandito es un imbécil! continuó Currita muy afligida. Butrón movió de arriba abajo la cabeza en señal de profundo asentimiento. Le ha engañado Martínez... Me ha comprometido atrozmente... Es horrible, horrible... ¡Infame, Butrón, infame! ¡Habla bajo! exclamaba el diplomático, sobresaltado . Sosiégate, hija mía, sosiégate... y cuenta para todo conmigo... Para todo, ¿lo oyes?... para todo...

Otro carruaje se interpuso en aquel momento entre la muchedumbre y la berlina, impidiendo la vista a Currita: en él iba el gobernador civil de Madrid, muy rollizo y pomposo, que se dirigía a Palacio y veíase forzado también a detenerse. Ahí va ese mastodonte dijo Butrón al oído de Currita . En cuanto nos vea juntos se figura que conspiramos.

¡Ay, no, no Butrón! dijo Currita con melancólico acento No crea usted que me hago yo ilusiones algunas; muy bien que no hay rival tan temible para una mujer como la sota de bastos o la esperanza de una cartera...

Mas Currita sólo vio en todo aquello un capricho de niño voluntarioso, y entre caricias y reflexiones, halagos y amenazas, intentó persuadir al niño a que se dejara hacer el retrato: cedió este en la apariencia, y Currita subió con ambos niños de la mano a la espléndida cabaña en que tenía el marqués de Villamelón su taller fotográfico.

Cualquier cosa, lo que usted pueda... Algún bibelot para la kermesse. ¡Oh!, , ... Enviaré algún objeto de arte... Margarita se mordió los labios para no soltar la risa: pensaba si sería la chocolatera el objeto de arte prometido. Currita díjole entonces con graciosa sonrisa: Y si ese objeto de arte es obra de su genio de usted, será mucho más agradecido.

¿Y qué te dijeron? preguntó Currita con los labios blancos. La madre se echó a llorar.. ¿Y el padre?... Se echó a reír y me consoló mucho, y me dijo que no ofreciese nada sin que él me avisase. Currita se quedó muy pensativa y permaneció largo rato en silencio, mirando a la niña; de pronto, dijo: ¿Pero el padre Cifuentes te querrá mucho?... ¡Oh, !... Es muy bueno; me quiere mucho.

Currita le miraba marchar con el rabillo del ojo, dando de cuando en cuanto nerviosos suspiritos.