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Era de un solo piso, vetusta; gran corredor de madera ya carcomida, cubierto casi todo él por una vigorosa parra, que lo aprisionaba por debajo con sus mil brazos secos y le servía de hermosa guirnalda por arriba; el vasto alero del tejado poblado de nidos de golondrinas; la puerta de la calle negra por el uso y partida al medio como las de toda aquella comarca; por entrambos lados huerta, cuyos árboles frutales aventajaban con mucho la altura de la pared.

Tratábanle mejor que antes, como si la desgracia le colocase por encima de todos. Su padre había muerto tras una agonía horrible, magullado y deshecho por la caída desde un alero. Su madre pasaba los días fuera de casa. Visitaba a sus parientes en solicitud de socorros. La familia estaba esparcida en los puntos más extremos de Madrid.

Llovía, yendo acompañada el agua de copos de nieve. Todo era negro: el cielo, las paredes de enfrente, un alero goteante que alcanzaba a ver, el pavimento fangoso de la calle, los techos de los coches brillantes como espejos, las cúpulas movibles de los paraguas. Las once. ¡Si fuese a ver a doña Sol! ¿Por qué no? La noche anterior había desechado este pensamiento con cierta cólera.

No había más remedio que dilatar el experimento, tanto por esto cuanto porque convenía hacerlo a la luz del día. Cogió a su nieto, y sin decirle palabra lo llevó hasta una pieza que había debajo del alero del tejado y servía de trastera. Al abrir la puerta y ver aquella cueva tenebrosa, el niño retrocedió asustado. No, yo no entro ahí, abuelito.

La indicación fue buenamente aceptada; la puerta se abrió y cerró tras del anfitrión, y sus compañeros, apoyando las espaldas contra la pared y cobijándose bajo el alero del tejado, esperaron con el oído atento. Por algunos momentos no se oyó más sonido que el gotear del agua del alero y el de las ramas que luchaban contra el viento que las sacudía, crujiendo por encima de sus cabezas.

El caserío de Cádiz se desarrollaba ante mi vista, sus casas blancas sin alero, la catedral con sus dos torres y su cúpula dorada, las azoteas con sus torrecillas como minaretes y algunos de esos lienzos de pared blancos, con dos o tres ventanas pequeñas, como los paredones de las casas árabes.

Desde este se registra cómodamente la obra antigua con su alero de canes carcomidos, y el ábside octógono que forma la capilla de Nuestra Señora del Rosario, del siglo XV. Nada mas gracioso que la combinacion de nervios de la bóveda de esta capilla, cuya forma de estrella cuadra tan perfectamente á una de las advocaciones mas ideales que á Nuestra Señora su santa letanía. Los padres de Sto.

Contemplo estas casas solariegas, grandes y negras, con su alero ancho y artesonado; me meto por las callejuelas de pescadores, empinadas y tortuosas. Algunas de estas calles tan pendientes tienen tres y cuatro tandas de escaleras; otras están cubiertas y son pasadizos en zig-zags.

Momoy, el novio de la Sensia, la mayor de las de Orenda, hermosa y viva joven aunque algo burlona, había dejado la ventana donde solía pasar las noches en coloquio amoroso. Esto contrariaba mucho al loro cuya jaula pendía del alero, loro favorito de la casa por tener la habilidad de saludar por las mañanas á todo el mundo con maravillosas frases de amor.

El pájaro, viendo la jaula abierta, saltó fuera de ella como si pretendiese perseguir á su enemigo; pero después torció de rumbo, subiéndose al alero del tejado para desaparecer finalmente. Jaramillo descorrió el cerrojo de la cancela, saliendo á la calle. Allí le esperaba su fiel Morales.