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Por toda la fachada extendíanse, formando cuadriláteros, listones de madera carcomida con clavos y abrazaderas de hierro oxidado. Eran restos de las grandes iluminaciones con que la casa conmemoraba ciertas fiestas en sus tiempos de esplendor. Jaime pareció satisfecho de este examen.

No había allí estatuas de mármol, ni custodias doradas, ni ricos vidrios ni cuadros raros; solamente las cuatro paredes húmedas y agrietadas, el tragaluz abierto por el que entraban libremente el viento, la lluvia y la nieve o, a veces, un cálido rayo de sol y la imagen argentina de la luna o de la estrella de los marinos; la puerta maciza como la de una cárcel, abierta día y noche en el camino solitario sin temor de que nadie encontrase nada que meter en las alforjas; unos bancos de piedra incrustados en el suelo apisonado y alineados enfrente de un altar de madera carcomida en el que se mostraba una grosera imagen de la Virgen niña, apoyada en la falda de su madre, dos figuras angulosas y tiesas, pero a las que el pintor primitivo, a falta de genio, había dado una suavidad divina.

Unos naranjos agrios destacaban su verde ramazón sobre los muros de la iglesia, ennegrecida sillería perforada por largos ventanales cegados con tapia. De los estribos salientes de su refuerzo surgían, en lo más alto, monstruosos endriagos de piedra, carcomida. En su nave única quedaba muy poco de este exterior romántico.

Era de un solo piso, vetusta; gran corredor de madera ya carcomida, cubierto casi todo él por una vigorosa parra, que lo aprisionaba por debajo con sus mil brazos secos y le servía de hermosa guirnalda por arriba; el vasto alero del tejado poblado de nidos de golondrinas; la puerta de la calle negra por el uso y partida al medio como las de toda aquella comarca; por entrambos lados huerta, cuyos árboles frutales aventajaban con mucho la altura de la pared.

La casa del señor de las Matas era de piedra amarillenta y carcomida, cuadrada, de un solo piso; grandes balcones de hierro forjado, enorme puerta claveteada formando arco; más antigua y más señorial que la de don Félix, pero también más pobre.

Desenganchamos el ancla, por si la cuerda nos podía servir, y descansamos. Estábamos sobre una cornisa de piedra carcomida, llena de agujeros y de lapas, que corría en pendiente suave hacia el interior de la cueva. Unos pasos más adentro, en su borde, habia un tronco de árbol, lo que me dió la impresión de que esta cornisa era un camino que llevaba a alguna parte.

Tres sugetos las otras coronaron Alli en el mesmo monte peregrinos, Con que su patria y nombre eternizaron. Tres cupieron á España, y tres divinos Poetas se adornaron la cabeza, De tanta gloria justamente dinos. La envidia, monstruo de naturaleza, Maldita, y carcomida, ardiendo en saña A murmurar del sacro dón empieza. Dixo: será posible que en España Haya nueve poetas laureados?

A duras penas, con un mal cuchillo, hizo astillas la peana en que se sostenía la santa imagen puesta a la cabecera de la cama, colocó en el hogar los pedacitos de madera carcomida, y en torno suyo fue agrupando, apoyándolos sobre las tapas mugrientas y sobadas, los libros de rezo, las obras sagradas, los accesorios de sus trajes sacerdotales, los alzacuellos, los rosarios, todo lo que podía recordarle aquel pasado que hubiera querido aniquilar de un solo golpe.

En el medio había una columna de madera, carcomida por la intemperie, a cuyo extremo se hallaba sujeta una campana que se hacía sonar con cadena. Servía para convocar a los vecinos en caso de necesidad, y también la utilizaba el cura para rezar el Angelus cuando las horas del mediodía o el oscurecer le sorprendían entre sus feligreses.

En la calle advirtió que para andar completamente derecho, necesitaba pensarlo y proponérselo. Pasando junto a la carcomida puerta del convento de la Latina, no pudo menos que mirarse en ella como en un espejo.