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Don Ciriaco firmó el conocimiento que se hacía por triplicado para responder de las mercancías embarcadas, y levamos el ancla. Para aliviar mi pena le conté a don Ciriaco mis amores. El viejo capitán me escuchó burlonamente. Cuando vuelvas, esa niña se habrá casado ya dijo tranquilamente, y, añadió después : Mejor para ti. Don Ciriaco era un hombre tremendo.

A la una de la tarde mandé la chalupa con el piloto á la Punta de los Lobos, para que registrase los bajos, y viese si habia sitio á donde echar el caballo en tierra, á fin de reconocer la boca del Colorado por considerarme ya muy cerca de su desague. Al ponerse el sol tendí la ancla grande, por haberse puesto el horizonte de mal semblante.

Llevábamos un ancla pequeña de cuatro uñas, atada a una cuerda, y un achicador consistente en una pala de madera para sacar agua. Iríamos dos remando y uno en el timón, y nos reemplazaríamos para descansar.

El chino disparó la lantaca sobre los salvajes, que avanzaban amenazadoramente dando saltos por las escolleras, para ponerse a tiro de sus azagayas y bomerangs. Casi al mismo tiempo, el junco, levantado por la marea, salía de su lecho de arena dando un fuerte bandazo. ¡Pronto, el ancla! gritó Van-Stael.

Aquí debe haber mucho fondo contesté yo. Me acordaba de lo que decía Yurrumendi. ¿Qué hacemos entonces? ¿Salir de este agujero? preguntó. Recalde estaba deseándolo. Echa el ancla ahí arriba, a ver si se sujeta le dije yo, indicando aquella especie de balcón. Lo intentamos, y a la tercera vez uno de los garfios quedó entre las piedras. Subí yo por la cuerda a la plataforma, y después él.

El piloto mandó la maniobra. Salió el bote para levar el ancla, el cabrestante comenzó a chirriar para levantarla, las velas se tendieron en los palos, y unos momentos después zarpábamos con viento fresco. Al pasar a la altura de Cabo Engaño recogimos al antiguo piloto Ugarte, que había salido en un junco a nuestro paso.

El dia siguiente entraron en Fyal, donde tomaron agua, y algunas otras provisiones, y el 31 salieron para Inglaterra estando obligados á cortar su cable y dejar la ancla. Tuvieron buen pasage de Fyal á Spithead, adonde llegaron el viernes. El pequeño Pinguin se embarcó deshecho el año pasado en el referido Endeavour, con carpinteros para volverlo á construir en el puerto de Egmont.

Si esto sucediera ni daríamos el alerta, ni abrigaríamos temores. El fraile en Filipinas no solamente es un bien, sino que constituye una verdadera necesidad. El estrecho de San Bernardino. Cabeza Bondog. Ruinas. El volcán Mayon. ¡Ancla! San Jacinto. Su Iglesia. La india Ignacia. El toque de oración. El atung-taqui.

Estaba el Almirante del armada Con solo un cable y ancla: el porfiado E importuno sur desamarrada La lleva, habiendo el cable reventado. La nave por la mar andaba errada, El piloto no acierta de turbado A decir ni mandar lo que conviene, Que en el alma metido el miedo tiene.

«El pescador, á quien ha sorprendido la noche en medio del mar del Norte, ve una isla, un escollo, como la espalda de una montaña, que se cierne, enorme, sobre las olas. Allí echa el ancla, y la isla comienza á andar y le arrastra. Error muy natural, que engañó al experto Dumont d'Urville.