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Cogió entonces sus Horas Canónicas, y, como solía hacerlo a menudo, descendió a la iglesia para subir en seguida a la segunda plataforma del almenado Cimborio, que forma a la vez el ábside de la Catedral y el torreón más ancho y más fuerte de la muralla. Era a fines de abril. El hálito del alba apaciguó en todo su ser la irritación del insomnio, como una ablución de rocio.

Siguió, cierto, por la calle de Recoletos abajo; mas en cuanto vió cruzar el tranvía se agarró bonitamente a él y subió sin ser notado. Y procurando que la dama no advirtiese su presencia, ocultándose detrás de otra persona que había de pie en la plataforma, se puso con disimulo a contemplarla con un entusiasmo que haría sonreír a cualquiera.

Era gente severa y dura, hasta el extremo de que habrían contemplado su muerte, si tal hubiera sido la sentencia, sin un murmullo ni la menor protesta; pero no habrían podido hallar materia para chistes y jocosidades en una exhibición como esta de que hablamos: y dado caso que hubiese habido alguna disposición á convertir el castigo aquel en asunto de bromas, toda tentativa de este género habría sido reprimida con la solemne presencia de personas de tanta importancia y dignidad como el Gobernador y varios de sus consejeros: un juez, un general, y los ministros de justicia de la población, todos los cuales estaban sentados ó se hallaban de pie en un balcón de la iglesia que daba á la plataforma.

Tanto los libros que fueron digitalizados hace treinta años como los de ahora se digitalizan en modo texto, mediante uso del ASCII original de siete bits. De esta manera los textos pueden ser leídos sin problema con cualquier computadora, plataforma y programa.

Y así atravesaron la plataforma y entraron en la casa, cuyo piso estaba cubierto de fuertes y gruesas esteras. Aquella choza era muy amplia, de forma cuadrilonga y bastante alta de techo. Estaba dividida en cuatro compartimientos o habitaciones cuadradas de veintiocho a treinta y cinco pies de lado cada una, con su puerta a la galería exterior.

Acostumbrados a ver durante tanto tiempo cerrada la puerta del molino, las paredes y la plataforma invadidas por la hierba, creían ya extinguida la raza de los molineros, y encontrando buena la plaza, habíanla convertido en una especie de cuartel general, un centro de operaciones estratégicas, el molino de Jemmapes de los conejos.

Las olas rugían en la obscuridad a pocos pasos de , de una manera lamentable y desesperada. Tras de muchos esfuerzos y afanes, desollándome una mano, pude soltarla de la ligadura. Registré mis bolsillos y encontré el cortaplumas. Lo abrí y corté la cuerda con que me habían atado los pies. Me senté en la plataforma de la roca; estaba entumecido.

Arrastraba una plataforma engalanada donde se acomodaban los conspicuos de la Pola, el alcalde, el recaudador, el joven Antero, el farmacéutico Teruel; el médico D. Nicolás, D. Casiano el actuario, dos ingenieros, el químico belga y el personal administrativo de la empresa.

Más abajo de esta plataforma estaban las máquinas, y los tres visitantes llegaron a ellas descendiendo por varias escalerillas de acero. Llevaban en las manos pedazos de estopa para defenderse de la grasa que parecía sudar el metal de las barandas y paredes. Un calor pegajoso oprimía el pecho, al mismo tiempo que pinchaba el olfato con hedores de hulla y aceite mineral.

La joven permaneció mucho tiempo abstraída en la contemplación del paisaje. De vez en cuando miraba hacia el puente colgante, como si pretendiera reconocer á alguien de los que pasaban la ría. Creyó por un momento ver algo blanco que se agitaba en la plataforma: tal vez un pañuelo que le saludaba con cierta discreción como temeroso de atraerse la curiosidad de la gente.