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Haga izar el pabellón y disparar el cañonazo de partida; vire al cabrestante, desaferre, y cuando las áncoras estén a pico, avíseme. ¿Dónde están el oficial y el resto de la tripulación? En tierra, capitán. Envíe los botes a buscarles. El que no esté a bordo a las dos, recibirá veinte golpes de rebenque y pasará ocho días en el calabozo. ¡Váyase!
El negro Demóstenes, de quien le hablaba a usted hace un instante, era un negrazo gigantesco, tatuado, fuerte como un cabrestante. Chim, el malayo, su amigo, era un dayak de Borneo, de estos malayos de pura raza, de los más violentos y crueles. Chim había sido, según decía, capitán de uno de esos barcos piratas que llaman paraos, en Borneo, y cuando estaba a punto de ser colgado logró escaparse.
¡Te callarás! pueden haber hablado, y tu necia lengua que va tan de prisa como el gato de un cabrestante, me ha impedido oír nada dijo el capitán con una volubilidad colérica, repitiendo por tercera vez : ¡Ah de la tartana!... responded o hago fuego. Esta vez se distinguió un gemido prolongado que no tenía nada de humano, y que hizo estremecer al capitán Massareo.
En el mismo instante, por una violenta sacudida que el navío experimentó, Kernok, adivinando que el áncora había cedido al cabrestante, se lanzó hacia el puente, con su bocina en la mano. ¡Alerta! ¡Alerta! he ahí a los piratas de Ochali que parten. El cautivo de Ochali. Cuando Kernok apareció sobre el puente, se hizo un profundo silencio.
El piloto mandó la maniobra. Salió el bote para levar el ancla, el cabrestante comenzó a chirriar para levantarla, las velas se tendieron en los palos, y unos momentos después zarpábamos con viento fresco. Al pasar a la altura de Cabo Engaño recogimos al antiguo piloto Ugarte, que había salido en un junco a nuestro paso.
Estos eran mis ensueños hallándome en el pequeño malecón de Etretat durante el sombrío verano de 1860, mientras la lluvia caía á torrentes y chirriaba el duro cabrestante, y la cuerda gemía y subía lentamente la nave. La del siglo también se arrastra y sube con pena. Hay lentitud, cansancio, como en 1730. Bueno fuera empujarla y empuñar el barrote.
Nosotros no pensamos así: no queremos ser niños, ni tampoco olvidar, sino que con perseverante ardor deseamos auxiliar la penosa maniobra de ese gran siglo fatigado. Queremos hacer remontar la barca, empujando con mano fuerte el cabrestante del porvenir. «Vita nuova» de las naciones. Acabo de recibir una novela, un folleto de Florencia.
Cuando se encontraron solas, oyeron ruido de pisadas detrás de la puerta de la cochera, después órdenes dadas en voz breve y por último ese grito casi inarticulado que lanzan los marineros cuando tiran del cabrestante.
Santiago, amigo mío dijo fríamente el capitán ; tengo el derecho de vida y muerte sobre todo hombre de mi tripulación que se me rebele o se niegue a ejecutar mis órdenes. Y diciendo esto, le mostró dos pistolas que había sobre el cabrestante.
La primera vez que presencié esta escena quédeme triste, herido en el alma, y tuve impulsos de agarrar una de las barras del cabrestante y ayudar á aquellas gentes. Esto las hubiese extrañado; no sé qué falsa vergüenza me detuvo. Pero, cada día, tomaba parte en la operación, á lo menos con mis votos. Colocábame á su lado y las contemplaba.
Palabra del Dia