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El padre, que consagró a la caridad gran parte de las horas de su ejemplar existencia, tanto que sus virtudes fueron celebradas por Herrera Maldonado en su Vida de don Bernardino de Obregón, fué bordador de oficio y murió en 1578.

En él estaban solas dos personas: Juan Montiño y el finchado hidalgo don Bernardino de Cáceres. ¿Me permitís, caballero? dijo la Mari Díaz tocando Suavemente en un hombro á Juan Montiño, y con la voz más dulce del mundo. El joven se volvió y vió á la comedianta que le saludó Con una graciosa inclinación de cabeza y una sonrisa.

Dejáos de simplezas... lo mejor es que os vayáis, porque cuando se sepa lo que aquí ha pasado, os van á tirar tomates los muchachos por la calle. Os prevaléis de que tengo herido un brazo. Yo no creía que érais tan cobarde y tan torpe dijo el alférez . Ea, idos, si no queréis que os eche á puntapiés... Nos veremos, señor alférez dijo don Bernardino, y salió.

Cerca de San Martín hay unas casas echadas por tierra: el sitio es medroso y apartado... y allí... hasta se puede enterrar un muerto entre los escombros... á las doce de la noche... Acepto por mi parte dijo Juan Montiño , y como soy nuevo en Madrid y no conozco sus calles, desearía que uno de vosotros me acompañara, señores. Yo dijo el alférez. Y yo acompañaré á don Bernardino dijo un poeta.

¡Cómo! ¿me pedís vos que me deshonre? ¿Consentiríais vos á vuestro lado á un hombre que hubiese perdido la vergüenza? Os quiero vivo. Y vivo me tendréis. Pero suponiendo que... lo que es suponer mucho... venciéseis á don Bernardino... Anoche vencí dos veces á Calderón.

Don Bernardino sonreía. No tengan ustedes cuidado, señores, ya bajará el oro, porque el nuevo empréstito se hará, y muy pronto, más pronto de lo que todos imaginan.

La verdad es que se casó con él enamorada, locamente enamorada, hasta el punto de hacer lo que hizo, abandonar su casa y su familia por seguirle, sin importarse de su honra ni de su nombre. Pero, este amor, con la edad, se convirtió en una manía, en una obsesión de todos los momentos; apenas dormía, pensando que otras mujeres pudieran robarle el tesoro de su Bernardino.

¿Es pariente vuestro este hidalgo, Dorotea? dijo cuando se hubo sentado, y con cierto espíritu de protección. Algo más que pariente dijo con descaro la Dorotea ; es... mi amigo, y el amigo á quien más quiero. Miró de alto á bajo don Bernardino á Juan Montiño, como buscando la razón, el por qué del cariño de Dorotea hacia aquel hombre. Debéis ser forastero dijo don Bernardino.

Cuando más empeñada era la lucha y más desesperadamente se resistía don Bernardino, éste recibió un tiro por la espalda que le hizo caer sin vida, y de allí á poco fué muerto también el fiel perro que tanto le defendió, terminando de tan trágico modo aquella sangrienta escena.

Basta de lección dijo Juan Montiño ; idos, don Bernardino, á curar, y vos, estiráos, don encogido, y largáos más que á paso. Y en adelante, mirad con quién os metéis, que no todos los caminos son andaderos. Lo que habéis hecho es una iniquidad dijo don Bernardino.