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Ambos se arrogaban pues el derecho de la elección de armas... Para Luque, el arma debía ser el nobilísimo acero de la espada; para Esperoni, buen tirador de pistola, la pistola... Aun aceptando la pistola los de Jacinto, los de Publio exigían condiciones imposibles: a diez pasos de distancia y tirar indefinidamente hasta que uno de los adversarios quedase tendido en el campo del honor...

Una voz secreta me dice que jamás debierais salir del recinto de mi corazón. Era llegada de nuevo la fiesta de Nuestra Señora del Carmen. Dos días antes se había celebrado en la pequeña iglesia de Entralgo la unión de Jacinto y Flora, de Nolo y Demetria. Con tan fausto motivo el capitán invitó el día de la romería á todos los próceres de la Pola y á algunos también de Langreo.

Llevaba aquel día envuelta la cabeza, por mayor gala, en un pañuelo floreado de seda y la montera encima; apretaba sus piernas membrudas de gigante fino calzón de Segovia; colgaban de la botonadura de su chaleco los cordones del justillo de Flora que había arrancado la noche anterior al infortunado Jacinto. Cuando se hartó de caracolear por los diversos grupos decidióse á entrar en la danza.

¡Madre! ¿Es algún gato Jacinto que se trae y se lleva en una cesta? respondió Flora enseñando para reir las perlas de sus dientes. Si no lo es, alguna vez quisiera convertirse, aunque no fuese más que para saltarte sobre el regazo. ¡Calla, tonta! Pronto le diría ¡zape!

Acometiéronle furiosos, conocido por los zapatos, y arrancándole de los brazos de su propia consorte, á quien el dolor obligó á salir en seguimiento de su marido, y á quien consolaban los homicidas, con decirle: "no llóres, que nosotros no tenemos la culpa, porque esto lo egecutamos por órden de D. Jacinto Rodriguez."

Ya cantó el gringo murmuró Jacinto. ¿Con qué piensas pagarlos? preguntó otra vez Esteven. Silencio prolongado, obstinado de Jacintito.

Y lo que es á la cándida Ramoncica y al limitado D. José, no escribía D. Fadrique sino muy de tarde en tarde, y cada carta tan breve como una fe de vida. Al P. Jacinto, aunque D. Fadrique le estimaba y quería de veras, también le escribía poco, por efecto de la repulsión y desconfianza que en general le inspiraban los frailes.

El P. Jacinto, desconfiado como buen lugareño, no advertía el interés vivísimo con que su antiguo discípulo le interrogaba; y temiendo siempre una burla, una especie de examen hecho por el Comendador para pasar el rato, volvió á hablar un tanto picado, diciendo: Me parece que estoy archi-cándido. ¿Á dónde vas á parar con tanta preguntilla? ¿Quieres examinarme? ¿Piensas retirarme la licencia de confesar si no me crees bien instruido?

La última escena, en que el Rey aprueba expresamente la terrible acción de Don Jacinto, es aún más desnuda y sin rebozo que la de Calderón.

El duque, viejo alegre y algo librepensador, y dos amigos suyos, muy curtidos y versados en aventuras ligeras y galantes mortificaban de continuo a D. Jacinto, ridiculizando su honesto recato y urdiendo tramas y buscando ocasiones peligrosas en que de todo punto le perdiese. Conjurados para tan inicuo fin, buscaron el poderoso auxilio de La Caramba.